El INE y la complicidad
El punto de quiebre, la inflexión de la política como una realidad tangible, aunque imprudente, en las propuestas de EPN para transformar a los mexicanos a través de reformas legales y constitucionales, estará en la entereza y actitud que conserve durante el combate a la corrupción y la impunidad.
De cerrar los ojos antes las consecuencias de los niños muertos en la Guardería ABC, de Hermosillo, Sonora; ante el latrocino de Andrés Granier; ante el abuso de poder de Mario Marín; ante los efectos de que el poder presidencial nada hiciera después de las ejecuciones en Acteal; ante el hecho de que para beneficiar a los vendedores, las enajenaciones bancarias fuesen libres de impuestos; ante los efectos en los causantes cautivos causados por los bonos fiscales a los todopoderosos empresarios; ante la inseguridad jurídica causada por la tramposa quiebra de Mexicana de Aviación; ante la concupiscencia por el poder mostrada por los consejeros del Ifai; ante la inoperancia del Congreso, incapaz de construir un organismo anticorrupción, por mencionar algo de lo que hace falta, la sociedad habrá de estar de acuerdo con el análisis de René Delgado, en su Sobreaviso, y este sexenio podría eternizarse en una preventa.
Existe un legado histórico para el comportamiento que pueden y deben asumir quienes son responsables de la República. Mi demonio de Sócrates transcribe:
“Explicar lo que pasa, señores, sería repetir lo que todo el mundo sabe. El gobierno no ha pretendido facultades de ninguna clase: el Congreso ha impulsado las reformas, repitiendo el procedimiento tantas veces como se le ha pedido…”
Hay sabiduría política en los antecesores de quienes hoy gobiernan, sólo hace falta que la usen, o quizá prefieran recurrir a las advertencias de lo que opinan en otras latitudes, como si ocurriera en México.
“Con las primeras luces del día comienza a rodar la vida. De madrugada el panadero amasa el pan; los barcos de pesca se hacen a la mar; por las carreteras convergen hacia las grandes urbes los camiones cargados de mercancías; los agricultores salen al campo; los padres llevan a sus hijos al colegio; los ejecutivos, oficinistas y obreros llegan a la fábrica; levantan el cierre los comercios; ruedan los autobuses y el suburbano en la ciudad transportando ríos de gente, a cada uno hacia su afán; en los hospitales se abren los quirófanos; los estudiantes llenan las aulas; en los mercados suenan los gritos de los tenderos animando las ventas de carne, pescado, frutas y hortalizas; en las redacciones de los periódicos comienza a prepararse el número del día siguiente mientras las ediciones digitales ruedan en las pantallas sin detenerse nunca; puede que a cualquier hora del día o de la noche un escritor esté escribiendo un libro, una pareja se esté enamorando y muchos ciudadanos anónimos estén proyectando sus sueños sobre el futuro. Esta es la rueda de la vida, que cohesiona la convivencia, pero en nuestro país este tejido social se halla profundamente contaminado. La prensa, la radio y la televisión bombean a la superficie de forma continua e inagotable la basura de la corrupción política y su insoportable hedor lo huele el panadero que fabrica el pan, el marinero que trae el pescado a puerto, el labrador que siembra las semillas, el camionero que transporta mercancías, los escolares que llegan con sus cargadas mochilas al colegio, los médicos que curan en los hospitales, las cajeras que cobran en los supermercados, los periodistas que elaboran las noticias, los carniceros, los ebanistas, las secretarias, los fontaneros, que cumplen con su deber. Como una lluvia ácida la corrupción se desprende desde la política sobre cualquier orden moral de la vida cotidiana. ¿A qué se espera? Este país necesita urgentemente una pala que se lleve al infierno de una vez a toda esta reata de imputados y se limpie el aire para que el panadero, el carnicero, el frutero, el estudiante, el médico, el profesor, el científico, el artista, el empresario vuelvan a la diaria rutina sin que el cabreo o el desánimo envenene, contamine y corrompa su propia vida”.
Así lo escribió Manuel Vicent en la edición de El País, del último 7 de abril. Es el espejo de lo que acá sucede.
QMX/gom