LA COSTUMBRE DEL PODER: Estado de bienestar

20 de septiembre de 2012
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Gregorio Ortega

Las equivocaciones, al asumirlas, conducen a una sana rectificación y al conocimiento de hechos y cosas. Es el caso del texto del jueves anterior, en el que me referí al Estado protector durante el desarrollo del tema, para en la conclusión distraerme y escribir Estado de bienestar. De inmediato, una atenta lectora llamó mi atención sobre el hecho, pero además abundó.

El origen del texto El futuro del Estado fue motivado por las previsibles consecuencias de la reforma laboral, por la necesidad urgente de transformar al pernicioso sindicalismo mexicano, acostumbrado, como los becerros, a mamar y dar de topes.

Acudí de inmediato a las definiciones proporcionadas por las ciencias sociales: “Estado de bienestar o Estado Providencia (The Welfare State), es una propuesta política o modelo general del Estado y de la organización social, según la cual provee ciertos servicios o garantías sociales a la totalidad de los habitantes de un país.

“Más que un concepto específico, se considera que el término es una categoría práctica para designar un conjunto de propuestas o una propuesta general acerca de cómo el Estado debe o puede proceder”.

¿Dónde quedó el Estado benefactor, o de dónde tomé el término? En algunos tratados de ciencia política y ciencias sociales lo dan como sinónimo de Estado de bienestar, pero no quedo satisfecho, y voy a lo que es el “Estado protector, que establece las relaciones con sus gobernados para contener los movimientos sociales en desarrollo. La política social aparece como un elemento fundamental a la hora de contener las demandas del proletariado que comienza a ubicarse territorialmente en las periferias de las grandes urbes, a plantear necesidades cuya cobertura apela a la noción de justicia social y al amparo de legislaciones internacionales; exige implementar respuestas estatales que generen salubridad, educación, seguridad social e incorporación laboral, que implican una fuerte presión sobre el mantenimiento del orden político imperante, so pretexto de una integración nacional capaz de permitir la conducción democrática”.

Ratifico mi apreciación inicial. Debido a la realidad impuesta por la globalización y el libre mercado, al agotamiento de las instituciones surgidas de un proyecto de nación, que dejó de serlo al menos desde 1982, México y otros países asisten a las exequias del Estado benefactor o de bienestar, a un corrimiento de los factores de poder, al fortalecimiento de los poderes fácticos y, ¡agárrense!, al diseño de la lápida que desean colocar sobre el Estado Nación, que debe desaparecer para “garantizar” el éxito del nuevo paradigma político y económico que desean imponer.

La confrontación será larga y cruenta, como ocurre en territorio nacional, pues la guerra presidencial contra la delincuencia organizada es un episodio, como lo es también la necesaria fiscalización de los recursos administrados por los sindicatos, al menos de los que están directamente relacionados con el gobierno, o con empresas clave para el desarrollo, como son las telecomunicaciones y la conducción de información por fibra óptica.

Quizá la pregunta es obvia: ¿deberían los mexicanos sentirse reconfortados por las fotos de los excesos: Paulina Romero Deschamps, hija de un probo y sacrificado líder sindical; o el video de Luis Armando Reynoso Femat, hijo del ex gobernador panista de Aguascalientes?

QMex/gom

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