Fortaleza digital con el aguinaldo
Los mexicanos compran con toda facilidad frases hechas, sobre todo en lo concerniente al mando, al ejercicio legal de la violencia, al oficio de gobernar y el quehacer político. ¿De dónde sacaron que el poder no se comparte?
El buen lector de Historia o de novelas históricas investigadas y escritas con pulcritud, estará en posición de afirmar que las monarquías, en su mejor momento, compartieron el poder con los señores feudales y/o la nobleza. Los emperadores, en Roma, debían congraciarse con el Senado. Los dictadores están en manos de sus sicarios, de esos oscuros seres que con el crimen les compran momentáneamente una frágil paz de espíritu y un espejismo de control político. Únicamente gobiernan por el terror, y alguien ha de ejercerlo. Es con ese alguien con quien comparten la enorme capacidad de violencia concentrada en sus manos.
Abundan los textos que pueden enseñar a los lectores que “cada hombre tiene su pasión mordiéndole en el fondo del corazón, como cada fruto tiene su gusano”; es con ese conocimiento que el soberano y el presidente, el dictador y el servidor de la patria elegían a los hombres que habrían de acompañarlos durante su gobierno, pero eso se ha modificado; no es un hecho novedoso.
El presidencialismo mexicano fue alimentado con el mito de su casi autoritarismo, cuando en realidad, desde su nacimiento, debió compartir su poder para lograr los equilibrios que le permitirían conservarlo y encabezarlo, siempre y cuando cumpliese las reglas del juego no escritas, por sobre el mandato constitucional. Así lo definió Carlos IX, cuando encontró que, a veces, “la razón de Estado estorba para hacer un buen gobierno”.
En el Congreso cabían todos aquellos cuyo compromiso era sostener la fuerza y legitimidad del presidencialismo. Estaba establecida su presencia en cuotas casi inmodificables: los sectores campesino, obrero y popular partían el queso con el Ejecutivo, e invitaban a las Fuerzas Armadas y a la oposición, para ella se diseñaron las diputaciones de partido, primero, luego los escaños y curules de representación proporcional.
Hoy eso es casi inexistente; lo que queda de ese modelo político debe sustituirse, para evitar la presión que sobre los nombramientos de los integrantes del gabinete pretendan ejercer los administradores de los poderes fácticos y quienes con EPN emprendieron la reconquista de la Presidencia de la República.
Los nombres de quienes acompañen el próximo presidente de la República en el desempeño de sus tareas desde los distintos despachos del Poder Ejecutivo, permitirán discernir características y proyección de su gobierno, como para renovar el contrato de esperanza o, de plano, desengañarse porque no habrá negociadores económicos, operadores políticos y alguien capaz de plantarle cara a Hillary Clinton, con la encomienda de revisar los contenidos de la relación bilateral a fondo.
La espera para saberlo es larga, porque el interregno para que asuma como presidente es de cinco meses, lo que no sucede con el Poder Legislativo, cuyos diputados y senadores empezarán sus trabajos el 1° de septiembre próximo, lo que alienta cierto optimismo, porque ese mismo día el Presidente Electo puede iniciar el consenso para las reformas, la transición.
QMex/gom