
De frente y de perfil
Quien la negocia se convierte en transgresor, quien voltea hacia otro lado, en cómplice; dejar en manos del tiempo la solución, destruye la esperanza.
El problema fundamental de la impunidad es que negociarla convierte en transgresor a quien olvida; transforma en cómplice a quien voltea hacia otro lado, como a quien deja en manos del tiempo la solución de un problema que destruye la esperanza y el estado de ánimo de la sociedad. Es una bomba de tiempo para el gobierno que pretende usarla como instrumento político.
Pero lo peor para ese gobierno que ve en la impunidad una ventana a los acuerdos políticos, sucede cuando quienes gozan de ella se pavonean, echan en cara de la sociedad su autosatisfacción, como sucede con Lizeth Parra, quien comenta en su entorno y entre quienes quedaron empleados de los ex colaboradores de ella en la Secretaría de Seguridad Pública Federal, que ya la hizo, junto con Genaro García Luna.
Pregunto por la razón de ese contento, de esa felicidad anticipada. Me responden varios interlocutores, siempre con el mismo argumento: el coordinador de asesores de Genaro García Luna, de nombre José Antonio Polo de Oteyza, trabaja con Manuel Mondragón; ¿a eso se refiere con que no haya cacería de brujas? ¿Mantener al mismo equipo que jodió la seguridad del país?
Además, habría que incluir a Verónica Peñúñuri Herrera, hoy cobijada por Miguel Ángel Mancera; ella camina quizá con idénticas ambiciones a las de Alejandra Barrales.
Me cuentan, del entorno de los ex funcionarios de Felipe Calderón, que Lizeth Parra y Genaro García Luna se muestran encantados por ese hecho, y se disponen, ellos, a olvidarse de su muy personal y secreto pasado, para disponerse a disfrutar de sus ahorros, pero sobre todo de su impunidad.
Después de escuchar esas conversaciones recuerdo mi lectura de El hombre que amaba a los perros, donde Leonardo Padura pone en el caletre de su personaje la siguiente reflexión: “Pero era evidente que estábamos hundidos en el fondo de una atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedían el paso ante la habilidad, la cercanía, el dólar, la ubicación política, el ser hijo, sobrino o primo de Alguien, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo lo que fuese robable. Y del cinismo, del cabrón cinismo”.
Pero, ¿de dónde surge esa reflexión, siempre de acuerdo al desarrollo de la novela? Su origen está en la desilusión, en el resultado de la glasnot, del derrumbe del muro de Berlín y la disolución del Imperio Soviético, para que todo continuara como si Stalin estuviese vivo, pero con una diferencia: los intereses económicos, la iniciativa privada en el poder de los soviets, para que la extrema derecha se comporte como digna heredera de la extrema izquierda.
Y también viene a cuento lo dejado por la lectura de Postguerra, donde Tony Judt ilustra al lector sobre la permanencia de los funcionarios nazis en la Alemania dividida, siempre al servicio de los nuevos padrecitos de los pueblos; de la permanencia de los colaboracionistas en el gobierno francés, y del reciclaje de esa perniciosa extrema derecha en los gobiernos del bloque soviético.
Es la simbiosis de impunidad y cinismo.
QMX/gom