Libros de ayer y hoy
Pertenecer a una religión es algo más que ser miembro de un club o integrante de un partido político. Practicarla, con todo lo que implica, exige un comportamiento y determina una actitud en la vida; es una puerta que se abre para enriquecer la manera de ser, con el trato humano de primera mano, o a través de la lectura.
Acercarse a los autores que vuelcan en sus obras experiencia y conocimientos es una elección básica, primaria, que transforma al lector atento. Son varios los escritores que inciden en mi formación y en mi fe. Hoy y mañana, días de reflexión, los dedicaremos a Niko Kazantzakis y a Simone Weil.
Del primero, su Carta al Greco, me mueve y conmueve. La descripción que hace de su estancia en Asís deja huella e invita a profundizar en la posibilidad de, un día, escuchar el llamado de la divinidad, dejarse llevar más allá de las consideraciones terrenales. Comparto reflexiones que llamaron mi atención.
No quiero, no me atrevo a traer a mi recuerdo esta Semana de Pasión. La esperanza, el amor, la traición, el sacrificio, el grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La trágica aventura del hombre se hizo patente durante esos siete días. No era Cristo, era el hombre, cada hombre justo, cada hombre puro el que era traicionado, flagelado, crucificado sin que Dios extendiera su mano para prestarle ayuda. Y si no fuera por el corazón cálido de la mujer, hubiera quedado allí en su tumba, eternamente. La salvación del hombre pende de un hilo, de un grito de amor.
Sólo se nace una vez, jamás encontrarás otra ocasión.
Escúchame, voy a repetirte lo que un día me dijo mi padre: un monje había buscado a Dios durante toda su vida. Y sólo cuando estaba en agonía comprendió que era Dios quien lo buscaba a él.
Y ahora, al inclinarme por encima del cerco sobre este jardín florecido, recordaba con emoción las palabras del asceta: -Dios es un estremecimiento y una dulce lágrima. -Hay dos clases de milagros -dice Buda-, los del cuerpo y los del alma. Yo no creo en los primeros, creo en los segundos.
… mientras vivimos, no existe el puerto adonde se llega sino el puerto de donde se sale: uno se engolfa en un mar salvaje y proceloso, y durante toda la vida se esfuerza en echar anclas en Dios. Cristo no es el fin, es el comienzo; no es el ¡Seas bienvenido!, es el ¡Buen viaje!
-Ten paciencia, hijo mío -me dijo-, no te apresures; la prisa es una trampa del Maligno. Espera tranquilo, con confianza. -¿Hasta cuándo? -Hasta que la salvación haya madurado en ti; da tiempo al pájaro a que haga su nido. -¿Y cómo comprenderé que el pájaro habrá hecho su nido? -Una mañana te levantarás y verás que el mundo ha cambiado; no es el mundo, hijo mío, serás tú quien ha cambiado…
No tengo miedo a Dios, Él comprende y perdona; tengo miedo a los hombres: éstos no comprenden y no perdonan.
Sólo unos destellos para el día de la visita a las siete casas.
QMX/gom