LA COSTUMBRE DEL PODER: Mañana, EPN

30 de noviembre de 2012
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1:15
Gregorio Ortega

La sociedad espera justicia, seguridad, un gobierno que discierna entre lo posible y lo necesario, entre lo urgente y lo inaplazable.

Recuerdo, con azoro, la estulta reacción de José López Portillo al discurso de Abel Quezada, cuando asumió el cargo de director de Canal 13. El cese fue inmediato, y sólo por referir la noche oscura del echeverriato.

Todavía falta discernir las consecuencias del discurso de Luis Donaldo Colosio en la Plaza de la República, para conmemorar el aniversario del PRI.

Enrique Peña Nieto, en cuanto obtuvo la candidatura de su partido y escuchó los discursos de López Obrador y Vázquez Mota, tomó la decisión acertada: hacer una campaña proselitista sustentada en un comportamiento políticamente correcto. La prudencia debe concluir mañana, si quiere gobernar a su modo y con su tiempo.

Está obligado a deslindarse y marcar diferencias, además de con la oposición y el partido que deja en sus manos un poder presidencial estragado y en país humillado, con el pasado del PRI, en la forma y en el fondo, pues su apuesta es por una renovación y fortalecimiento del peculiar presidencialismo mexicano.

En el mensaje político de toma de posesión deben quedar claros -puesto que México regresa de una guerra interna, decidida por el presidente de la República y sin consultar con el Congreso-, como lo refiere Tony Judt en Pensar el siglo XX, desde una perspectiva ética y legal, los conceptos de responsabilidad personal y colectiva, que faciliten a la sociedad, a las labores de transparencia propuesta en una reforma del IFAI, exigir evidencia de que había razones de Estado para adquirir el armamento que se compró y para confrontar a la sociedad en una guerra inútil, cuyo saldo es negativo.

Reconstruir la institución presidencial, dotarla de las facultades éticas, morales y legales que exigen los desafíos de México, que plantean las asimetrías de la globalización y las consecuencias económicas del libre mercado, exigirá a EPN dejar puntualizada en su discurso, con el cual explicará para qué buscó el poder, “la base de una política moderna, democrática, asentada en el conocimiento histórico de las consecuencias de no forjar ni preservar un sistema de gobierno moderno y democrático. Lo que importa, por decirlo llanamente, es que la sociedad comprenda, lo mejor posible, los riesgos de hacerlo mal, en lugar de que todos se dediquen con excesivo entusiasmo a hacerlo bien”, como dejó escrito el historiador referido.

Con todo en contra -debido a la situación en que recibirá a la patria-, EPN tiene la oportunidad de hacer un buen gobierno, en el que muestre poseer ese instinto característico de los políticos que aspiran a convertirse en estadistas, para separar lo posible de lo necesario, dar preeminencia a lo impostergable sobre lo urgente, pero, sobre todo, dejar muy claro que se hará justicia y se acabará con la corrupción y la impunidad.

Es políticamente incorrecto hablar de venganzas políticas. Lo que se requiere -para lograr la reconciliación nacional, para que los mexicanos crean de nueva cuenta en las instituciones que ellos mismos se han construido y en el acuerdo nacional propuesto y pospuesto-, es que quede claro que no hay ciudadanos de primera y segunda, que todos pueden y deben ser sujetos de un juicio cuando cometen un delito, pero sobre todo cuando delinquen desde el poder, y la corrupción y la impunidad son crímenes que hacen enorme daño a la confianza en los gobernantes.

QMX/gom

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