
Ráfaga
Del clero que convierte a Antonio López de Santa Anna en su brazo armado
Rafael Ruiz Harrel, primero, Gastón García Cantú después, llamaron mi atención sobre la carta que el secretario de Estado, Robert Lansing, dirige a su presidente, Woodrow Wilson, el 5 de febrero de 1920. Transcribo para los lectores lo medular del importante documento:
“México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos con el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesita de administradores competentes. Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.
En esa reflexión los mexicanos están descritos tal cual son: desconfiados de ellos mismos y de las instituciones que se dieron como Nación, lo que los lleva a admirar estilos de vida ajenos a su idiosincrasia, por lo que buscan, consciente o inconscientemente, asimilarse a una cultura distinta a la heredada, incluso en contra de sus propios intereses, individuales y generales.
De las observaciones de Lansing se desprende, también, la necesidad de modificar el modelo político, porque al país lo fragmentaron las contiendas presidenciales. Las consecuencias están a la vista, padecidas por los mexicanos que, en su fuero interno, añoran un presidencialismo que sólo puede manifestarse en nostalgia, porque carece de la fuerza y la reconciliación nacional para reconstruirse, después de 24 años de empeñarse en disminuirlo.
QMex/gom