LA COSTUMBRE DEL PODER: México sin proyecto de nación

25 de septiembre de 2012
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Gregorio Ortega

Los problemas acumulados que favorecen la ingobernabilidad, que facilitan la percepción de que los mexicanos viven conducidos por un Estado fallido, son difíciles de resolver, pero no irresolubles.

Corregir la situación en la que el país se encuentra exige un primer paso, que requiere del próximo gobierno y de la sociedad entera, honestidad, para reconocer el estado de salud pública en que se encuentran las instituciones, y establecer el diagnóstico acertado. Hacer oficial lo que es un secreto a voces.

México se quedó sin proyecto. Si se muestran temerosos o incapaces de reconocerlo, nada podrán hacer para recuperar a la patria. La verdad está avalada por los hechos: el proyecto histórico de la Revolución Mexicana dio de sí, por razones internas y exógenas. En la medida en que creció la deuda externa se inició su desmantelamiento, y la lápida sobre la cual oficiarían sus responsos, empezó a labrarse desde el 1° de diciembre de 1982.

Negarse a reconocerlo ha profundizado los problemas, al mismo tiempo que impide conceptuar la transición y sustituirlo. Un Plan Nacional de Desarrollo se traduce en políticas públicas, en las que el contenido ideológico no pinta, porque se transforman en proyecto de gobierno y no en uno de nación, porque dependen del buen humor del presidente en funciones, y no de una política de Estado, que trascienda a los hombres y permita perfilar un futuro para la patria, porque sólo así podrá construirse uno para los mexicanos.

EPN tiene la oportunidad que ni pintada, para aspirar a convertirse en estadista, al convocar a todos los mexicanos a una reconciliación nacional, con el propósito de sustituir el proyecto de la Revolución, porque hace 30 años dejó de ser el de México, porque las condiciones de geografía política y de seguridad regional inciden directamente en la necesidad de ofertar un paraguas ideológico y político, que facilite el diseño de un proyecto actualizado -por no decir nuevo- de nación, a efecto de que la patria pueda obtener, para sus hijos, los beneficios del cambio de paradigma de desarrollo político y económico que hoy se impone en el mundo.

No es un asunto de caprichos, sino de atender a las exigencias de la realidad. Reorganizar al gabinete sin ofertar, con todas sus letras e implicaciones, un proyecto para México que sustituya al de la Revolución, que fue rebasado por la historia y los hechos, implicaría que la República flotara mientras los poderes fácticos se disputan parcelas de un poder al que han disminuido totalmente, pero que conserva la suficiente fuerza como para poner orden y convocar a la reconstrucción nacional, desde el punto de vista ideológico y político, pues de otra manera el desarrollo pasará de lado.

Los sentimientos humanos no pueden interferir en esta enorme tarea; no hay espacio para las preferencias ideológicas ni las debilidades políticas, mucho menos para las complicidades. Los paradigmas, hoy, son otros, y en ellos debe insertarse el proyecto de nación, para que pueda elaborarse una reforma educativa, cuyo referente ideológico, social y cultural continúa siendo el de la Revolución.

La educación es la base sobre el cual debe fundarse el nuevo paradigma de desarrollo que México requiere.

 

QMex/gom

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