Ráfaga/Jorge Herrera Valenzuela
Todo en el desarrollo de su revelación exuda impostura, pues el síndrome de Domiro García Reyes todavía es de muy reciente diagnóstico como para que el Estado Mayor Presidencial lo olvide, para que por más general de cinco estrellas que sea el comandante de las Fuerzas Armadas, se descuide la responsabilidad de salvaguardar su vida y la de sus acompañantes. Nunca un Jefe de Estado Mayor permitiría que el presidente de la República pusiese en riesgo su vida. Quien conoce cómo se conducen esos excelentes militares, sabe a lo que me refiero.
Da motivo para una seria reflexión el comportamiento crepuscular del presidente de la República, porque alarma su estado emocional, su emotividad, su necesidad de justificar sus decisiones, de ser aprobado, de representar en el ánimo de la sociedad lo que quiso escenificar en su imaginario personal.
¿Ordenar una videograbación, para dejarla como testimonio a sus hijos? Pienso, de inmediato, que quienes sugirieron al presidente esta vertiente del asunto, lo hicieron teniendo en mente la imagen, la voz y los hechos incontrovertibles de lo ocurrido a Salvador Allende. Si él se convirtió en un ícono, ¿por qué su asesorado no?
Allí está la voz de ese mensaje radial transmitido desde La Moneda, momentos antes de que Augusto Pinochet cumpliese las órdenes emitidas por Richard M. Nixon y Henry Kissinger. Quizá para los genízaros del presidente de la República signifique lo mismo la posibilidad de morir a manos de delincuentes que por las armas de un magnicida y por órdenes del Imperio, lo que permite establecer el verdadero origen de la guerra presidencial a los barones de la droga.
La otra vertiente de lo que debe preocupar lo desvelado por el presidente, está en la verdadera razón y origen de la muerte violenta de sus secretarios de Gobernación, lo que significaría que hay un complot para desvertebrar al Estado mexicano, convertirlo en uno fallido y ponerlo de pechito para que siga los pasos de Puerto Rico y, más pronto de lo esperado, se transforme legalmente en otro estado asociado de Estados Unidos de Norteamérica, lo que es una estúpida divagación de quien propala dichas versiones.
Los funcionarios que fallecieron en trágicos accidentes aéreos durante la presente administración, murieron por descuido de quienes tuvieron a su cargo el mantenimiento de las aeronaves y los helicópteros; la anécdota presidencial no se sostiene por ningún lado, pues de lo contrario sólo hablaría de la irresponsabilidad de su Jefe de Estado Mayor.
El deseo de despertar, al menos, simpatías, por su esfuerzo para gobernar México, pudiera resultar tragicómico, porque para muchos mexicanos únicamente es causa de lástima.
QMex/gom