Genio y figura
Hay una diferencia fundamental entre miedo y terrorismo; el primero puede ser producto de la mente de quien lo padece, el segundo es externo e inflige dolor espiritual y físico. La única manera de controlarlo o repelerlo es con más sangre y más dolor, en contra de quien quiere imponerse aterrorizando.
Una característica adicional e indeleble. La transmisión de imágenes de actos terroristas en tiempo real, su difusión instantánea -fidedigna o deformada- a través de redes sociales, hacen del terrorismo un arma de disuasión psicológica, social y económica de envergadura insospechada, con consecuencias todavía desconocidas.
Por ejemplo, los efectos sociales y psicológicos del atentado terrorista en la meta del maratón de Boston, superarán con mucho a las impuestas por la caída de las Torres Gemelas.
Desconozco si el daño causado fue elegido y calculado, o es resultado de una casualidad. Decidieron, los perpetradores intelectuales, que las bombas estallaran a ras del suelo, en la meta de un evento en el que los participantes tienen como punto de honor la fuerza y velocidad de las piernas; miembros que debieron cercenarse para salvar vidas. Los sobrevivientes arrastrarán el terror hasta su muerte natural o hasta que decidan suicidarse, como resultado insoportable del acto en el que quedaron mutilados.
Nadie reivindicó el acto terrorista, pero ya el FBI determinó que fueron, al menos, dos chechenos, uno de los cuales -en exacta réplica de la urgencia de Jack Ruby para asesinar a Lee H. Oswald- fue víctima de la persecución policiaca; el otro resultó enmudecido como consecuencia de la cacería humana organizada en su contra, para que el silencio cubra la conspiración que originó el acto terrorista.
La hipótesis es una, sólo una, a pesar de la insistencia en culpar al islamismo extremista, o a dos estúpidos solitarios: la supremacía blanca, dolida por el intento de Barack Obama para disminuir su negocio de venta sin restricciones de armas de fuego, y ante la amenaza de legalizar 11 millones de indocumentados -a largo plazo-, decidió hacerse oír, sobre todo con anterioridad a la visita que el presidente de Estados Unidos hace a México.
Decidieron vestir a su presidente del aura de víctima, y en esa condición llega, con la idea de que todo permanezca igual.
Mi gurú político, a quien recién extirparon una muela y está impedido de hablar, pone en mis manos lo siguiente: “Vivimos en una cultura que tiende a arrojar sobre cada uno de nosotros la responsabilidad de su propia vida. La responsabilidad moral heredada de la tradición cristiana se ha reforzado con todo el aparato de información y comunicación moderna para hacer asumir a cada cual la totalidad de sus condiciones de vida”.
Si efectivamente el presidente Obama pone por delante su aura de víctima al descender del Air Force One, la suerte para el futuro inmediato de México se confirmará, más como una catástrofe social que como negligencia gubernamental; más como declinación de las voluntades, que una servidumbre malsana. Como dijeran los anarquistas españoles ¡Viva la muerte!
Pero no todo está escrito.
QMX/gom