Poder y dinero
Al menos provocan desconcierto las declaraciones de la clase política mexicana. Causan incertidumbre, impiden clasificar sus actitudes y aptitudes.
En ocasiones se comportan como protagonistas de los cuentos de Horacio Quiroga, verdaderos torturadores de la fauna a su disposición, hasta que las fieras los convierten en su alimento; en otro momento son los reyes de la simulación, como se estuvieran dispuestos a encarnarse en personajes de Leonardo Sciascia.
La impostura es lo que hoy determina el lenguaje de los políticos mexicanos. Se han convertido en timoratos, tienen pavor de asumir su responsabilidad. No quieren aceptar que su quehacer en el gobierno, o desde los partidos que los acuerparon para hacerse con el poder, es precisamente hacer política; unas veces los matices las distinguen, otras ocasiones, por profundas diferencias, porque unos la hacen buena, otros, mala, clientelar, pues: venden su vocación y su dignidad por los votos que les confieren impunidad y les abren las puertas a la riqueza.
Todo proyecto de gobierno, toda promesa -incluso las que mienten- electoral, toda propuesta para unir voluntades, toda apuesta al desarrollo, toda reforma constitucional, toda cruzada contra el hambre o con cualquier otro objetivo, es hacer política. Unos la aplicarán bien, otros la condicionarán y otros más fracasarán, pero todos los legisladores, los integrantes del gabinete, el Poder Judicial, el titular del Ejecutivo incluido, hacen política, y así han de asumirlo.
Es de risa loca la discusión y el tiempo perdido en torno a Rosario Robles y a las declaraciones presidenciales para apoyarla. No deben asombrarnos. Lo que sí debe llamar la atención es que se muestren reacios a asumirse como lo que son y a hacerse responsables de lo que hacen. Son políticos, hacen política, porque quieren tener votos para permanecer con el poder, o para que más priistas ocupen puestos de elección popular, lo demás es mera simulación, comprada por los medios de difusión para obtener publicidad, pero no para ser fieles transmisores de los sucesos que conforman la realidad nacional, lo que es la patria, la que construyen los mexicanos, incluidos sus gobernantes.
El país está próximo a las llamas, al retroceso, porque sus administradores públicos se han convertido en unos simuladores, en timoratos políticos que se niegan a darle grandeza a ese quehacer, pues hace tiempo olvidaron el servicio y la dignidad que implícita lleva el servir, para enriquecerse y enriquecer a los cómplices, para responder a los poderes fácticos en lugar de asumirse como responsables de sus actos ante sus electores, ante la sociedad.
El entrenador de los tigres -en uno de los cuentos de Horacio Quiroga- se solaza torturándolo, porque está convencido que al quemarle los testículos con un cautín, lo obligará a hacer lo que él quiere; se da cuenta de su error cuando las fauces de la fiera se cierran sobre su cuello.
Tanto perder el tiempo sobre la estulticia o inteligencia de Rosario Robles, cuando los problemas se ensañan con los estados de Guerrero y Michoacán, cuando José Narro mostró su verdadera dimensión, cuando Barack Obama se presentó para imponer políticas de derechos humanos que ellos no cumplen ni tienen. Es el reino de la simulación.
QMX/gom