LA COSTUMBRE DEL PODER: Priismo en el Congreso

29 de agosto de 2012
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Gregorio Ortega

Los errores del priismo saltaron a la vista durante la reunión a la que los nuevos senadores convocaron en la ciudad de Chihuahua. Deslumbrados por su propio éxito, creyendo a pies juntillas que los mexicanos todos desesperaban por su regreso, incurrieron en el exceso de confianza y se auto establecieron plazos fatales, como si los acuerdos legislativos para lograr las reformas estructurales estuviesen ya anudados, sin detenerse a considerar siquiera que esas transformaciones políticas, legales y constitucionales no nada más conciernen al Congreso, sino que son responsabilidad de esa sociedad que hoy son incapaces de reconocer, porque dejó de ser anuente a todas las decisiones presidenciales, gubernamentales y legislativas.

La advertencia de AMLO y los diversos líderes de las tan disímbolas izquierdas, debió abrirles los oídos y regresarlos a la realidad, porque los agravios infligidos a buena parte de los mexicanos, la inseguridad que a todos lesiona, la mentira que todo lo pervierte, facilita el llamado a la inconformidad; para muestra de la verdad del aserto, sólo hay que testimoniar la defensa de Joaquín Vargas, quien pone en entredicho lo que antes era el inaplazable cumplimiento de la voluntad presidencial, lo que una vez fue el presidencialismo mexicano, hoy fallido.

El priismo en el Congreso debe revisar su estrategia y la oferta que puede hacer al Ejecutivo para impulsar sus promesas de campaña, convertirlas en proyecto de gobierno, en políticas públicas y, además, debe compartir con EPN esa nueva cercanía con la realidad, sin plazos fatales, con la conciencia absoluta de que se necesita la reconciliación nacional, acabar con la discordia, conscientes de que para ello se requiere, antes o con las reformas estructurales, la transformación del modelo político, la reforma del Estado y la proscripción de la impunidad. Necesitarán promover el castigo ejemplar para tirios y troyanos, porque la corrupción permeó por todos lados, y no necesariamente es pecuniaria.

Escribe Maurice Maeterlink, en El reloj de arena, una observación útil para los legisladores de hoy: “Lo que hiere en los grandes fracasos de la vida -¿y quién no ha conocido?-, no son tanto sus consecuencias materiales, a veces muy graves, como la infidelidad de nuestro destino. Nos traicionó frente al enemigo. La fe que teníamos en nuestra estrella, se ha debilitado; y esa estrella no tendrá el mismo brillo, no estará ya en el mismo lugar en nuestro cielo”.

Allí están perfiladas las verdaderas consecuencias de su fracaso. Si el país   -y los mexicanos con él- no se reforma en los próximos tres años, habrá que pedirle a alguien sensato que apague la luz, aunque se quede la puerta sin cerrar.

QMex/gom

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