Genio y figura/Francisco Buenrostro
¿Qué resolverá la reforma financiera, de ser aprobada? Una serie de decisiones equivocadas, tomadas por distintos gobiernos.
El antecedente más lejano es la estatización bancaria de 1982, cuyo decreto se firmó como resultado de una frustración de JLP; luego, la entrega de los más importantes servicios bancarios y financieros a consorcios extranjeros, con el pretexto de la desregulación y en el afán de convertirse en los más adelantados promotores del Consenso de Washington, con el agravante de ni siquiera gravar impositivamente a los neobanqueros que se deshicieron de sus activos, pues pronto se dieron cuenta de que Agustín Legorreta dijo la verdad: es un negocio de pantalones largos. Los beneficiarios del salinato fueron incapaces de estar a la altura de las exigencias nacionales e internacionales.
Después de 12 años de cobrar a los mexicanos los más caros servicios bancarios, de imponerles tasas de interés cercanas al agio, de contribuir al debilitamiento de la economía doméstica y negar préstamos a las pequeñas y medianas empresas, hoy se avienen a lo que imponga el Congreso a través de esa reforma financiera propuesta por el Poder Ejecutivo.
La Asociación de Bancos de México -vaya eufemismo- ahora presidida por Javier Arrigunaga Gómez del Campo, ex secretario del IPAB y poseedor de los verdaderos y únicos secretos que se administran en ese Instituto, creado para proteger a los neobanqueros primero, y a los ahorradores después, para que a pesar de que dejaron de ser parte intrínseca del equilibrio económico nacional y de la seguridad financiera de México, continúen pagándose los intereses del rescate, y sólo poco a poco la deuda principal contraída con motivo del error de diciembre.
Si la reforma financiera apuesta por mover e incentivar el mercado, a través del crédito y el financiamiento a las pymes, lo que primero debiera ocurrir es el drástico descenso de los costos de los servicios bancarios, pero sobre todo la dramática disminución de esas tasas de interés que todo lo consumen, cuando debieran ser idénticas a las de su primer socio comercial, para garantizar las equivalencias con Estados Unidos.
Lo que resulta difícil de comprender son las exposiciones de motivos de las reformas hasta ahora presentadas al Congreso, porque como lo señala Tony Judt en Pensar el siglo XX: “Al fin y al cabo, lo que importa de una nación no es la verdad o la falsedad de sus reivindicaciones sobre el pasado, sino más bien el deseo y la libre elección colectivos de creer estos postulados, y las consecuencias derivadas de ellos.
“Ahora, yo no creo que debamos aceptar estos resultados: es mejor oponerse a los mitos nacionales aun al precio de la desilusión y la pérdida de la fe. De todos modos, las historias y los mitos nacionales son el subproducto necesario e inevitable de las naciones. Así que debemos tener cuidado en distinguir entre lo obvio -las naciones existen- y lo que es un constructo: la creencia que las naciones tienden a tener de sí mismas”.
México dejó de ser hace mucho lo que pretendieron construir los padres de la patria, primero, los redactores de las leyes de reforma después, y los ideólogos de la revolución al final, para quedar convertido en un proyecto eterno de la desregulación propuesta por el Consenso de Washington. ¿Alguien puede afirmar lo contrario?
QMX/gom