Libros de ayer y hoy
Lo muestra la historia: los seres humanos se solazan en la reincidencia de sus errores y sus horrores. Caigo en cuenta de ello cuando mi Demonio de Sócrates me pone en las manos el prólogo escrito por Taylor Caldwell a El gran león de Dios.
El párrafo es largo y enorme en su significado. Disculpe el lector mi necedad en transcribirlo: “Y he aquí que esto es lo que actualmente nos sucede.
En los días de Saulo de Tarso el imperio romano empezaba a desmoronarse, tal como hoy en día declinan países tan poderosos como los Estados Unidos. Y por idénticos motivos: relajación social, inmoralidad, guerras interminables, impuestos confiscatorios, destrucción implacable de las clases medias, el cínico desprecio de las virtudes éticas y principios humanos establecidos, el desmesurado afán de riquezas materiales… la venalidad de los políticos que halagan a las masas para obtener sus votos, la inflación, el desequilibrio del sistema monetario, los sobornos, la criminalidad, los incendios, los disturbios y demostraciones callejeras… la burocracia y los burócratas que promulgan constantemente reglamentos favorables a sus conveniencias… el desprecio público de los hombres honrados…”
El texto anterior fue publicado hace 43 años… todo continúa igual, lo que obliga a considerar que la desregulación sólo profundiza la quiebra del modelo cultural y civilizatorio y pone en entredicho el éxito de la filosofía judeocristiana; lo que está en juego es la reformulación de los valores éticos y morales sobre los cuales fue cimentado el mundo Occidental.
En el caso mexicano el problema se agudiza, porque las instituciones y el proyecto de nación se concibieron y crearon en un entorno mundial para un país totalmente distinto al que México es hoy. La patria daba cobijo a 26 millones de habitantes y el PIB era de 250 millones de pesos oro. Fue un México lejano a la industrialización, ajeno a los beneficios del petróleo y fundamentalmente rural.
El proyecto de nación que hoy se requiere dista mucho de ser compatible con un modelo político diseñado como saldo de la Revolución, cuando las exigencias económicas eran para satisfacer las necesidades de una población cinco veces menor.
Escucho ya los argumentos en contra, sustentados en la permanencia de las leyes e instituciones de Estados Unidos -país que para nacer no permitió el mestizaje con sus habitantes originales-, lo que obliga a responder, como susurra mi Demonio de Sócrates, que “todo lo que se pretende singular e incomparable, y no entra en el juego de la diferencia, debe ser exterminado, bien físicamente, bien por integración en el juego diferencial, donde todas las singularidades se desvanecen en el campo universal. Es lo que ocurre con las culturas primitivas: sus mitos han pasado a ser comparables bajo el signo del análisis estructural. Sus signos han pasado a ser intercambiables a la sombra de una cultura universal, a cambio de su derecho a la diferencia… Lo peor está en la reconciliación de todas las formas antagónicas bajo el signo del consenso y de la buena convivencia”.
Así, la colombianización de México es el mal menor, ante la amenaza de la africanización del modelo en violencia interminable, como hoy se anuncia.
QMX/gom