LA COSTUMBRE DEL PODER: ¿Se quedará aquí?

09 de noviembre de 2012
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Gregorio Ortega

Por el bien de México y sus vecinos, que se vaya a vivir fuera, aunque sea como maestro invitado a una universidad estadounidense.

Las reglas no escritas de la política nacional desaparecieron; las condiciones sociales, económicas y políticas del país dejaron de manifestarse como “el milagro mexicano”, porque sobre la realidad nacional se impuso la exigencia global. A partir del Consenso de Washington, México inició el desmantelamiento de sus instituciones y su historia, y no acierta a sustituir el modelo de desarrollo ni el político.

Los ex presidentes observaron la regla de oro del silencio, hasta que Luis Echeverría la rompió desde su exilio en Islas Fidji, lo que obligó a Francisco Galindo Ochoa a publicar el desplegado < ¿Y tú también, Luis? >. Desde entonces todo ex mandatario se siente con autoridad y licencia para perturbar la paz social, por considerar que sus “derechos humanos y políticos” están por encima de los del común de los mexicanos.

Pero esto debe cambiar, porque si bien la actitud boquifloja de Vicente Fox, sus botas de charol y su impunidad, no van más allá de de provocar irritación o causar cierta hilaridad, aunque lesione los intereses de su partido, la presencia en el Distrito Federal y en cualquier otro punto del territorio nacional, del presidente de México que entrega el poder el próximo 1° de diciembre, es un problema y algo más que un engorro.

Leo con azoro y escucho con alarma, que el esposo de doña Margarita Zavala está presto a que él y su familia se avecinen en Lomas Virreyes, donde ya causa problemas de tránsito y de seguridad toda vez que acude a la casa rentada a uno de sus cuñados. No es verdad que haya adquirido una mansión. Cuando pueda hacerlo -una vez olvidados los muertos y sus gazapos en el poder-, regresará a vivir a su casa de Las Águilas.

La permanencia en México de dicha persona empieza por convertirse en trastorno vecinal y en quebranto para la seguridad pública y física de sus vecinos, que así lo comprenden y por ello se alarman, pues están conscientes de la cauda de enemigos que atesoró durante seis años de combatir a sangre y fuego a la delincuencia organizada, al sumarse más de 70 o 80 mil muertos y al desconocerse identidad y nacionalidad de la mayoría de esos cadáveres, pues es probable la incapacidad de levantar tanta acta ministerial para investigar todas esas muertes.

A esos agravios será necesario sumar los de los desaparecidos, los altos niveles de corrupción, el desempleo y el empobrecimiento de la mayoría de sus gobernados.

Todo lo anterior lo convierte en un riesgo para México, pues imagínense la conmoción que causaría un exitoso atentado contra su vida en territorio nacional. De inmediato el culpable sería el gobierno del PRI.

Lo mejor que puede hacer, si le interesa su país, si considera a quienes serían sus vecinos, es irse al auto exilio, de maestro invitado a alguna universidad estadounidense, ya que no tiene méritos académicos para ser tan bien visto por la comunidad académica de la Ivy League, como lo es Ernesto Zedillo.

El pésimo trabajo de Max Cortázar y Alejandra Sota dejan al descubierto la fragilidad del futuro ex presidente.

Por el bien de México y de sus vecinos, que se vaya a vivir fuera.

QMX/gom

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