
Visión financiera
Entre las muchas audacias concretadas por el Papa Francisco, la del nombramiento de cardenales de las periferias del mundo sin duda quedará como un signo trascendente para el significado de la universalidad de la Iglesia católica. La presencia global de la cristiandad que se apersona en Roma estos días, tanto para despedir al pontífice como para elegir al sucesor, revelan no sólo la diversidad de nacionalidades y contextos que disciernen en torno al símbolo de la unidad eclesial y la custodia de la Iglesia, sino el alcance del mensaje que se lanzará a cada rincón del planeta a través de ellos, sus primeros embajadores, cuando se revele el nombre y la trayectoria del próximo Sumo Pontífice.
El propio cardenal Leonardo Sandri –histórico asesor argentino de la Secretaría del Estado Vaticano; exnuncio en México y Venezuela; y prefecto para las Iglesias Orientales– reconoció con pasmo la pluralidad de los cardenales del próximo cónclave: “desde Tonga con las islas del Pacífico hasta las estepas de Mongolia, desde la antigua Persia con Teherán hasta el lugar donde se encuentra el anuncio de la salvación, Jerusalén, desde los lugares entonces florecientes del cristianismo y ahora hogar de apenas un pequeño rebaño, marcado por el martirio, como Marruecos y Argelia, sólo por citar algunas coordenadas de la geografía que el Santo Padre ha querido trazar en estos años”.
Cada día, al comenzar y concluir las congregaciones generales que se celebran en la Nueva Aula del Sínodo, a un costado de la Basílica de San Pedro, un enjambre de periodistas asedia a los cardenales para que ofrezcan alguna declaración, saludo o comentario respecto al proceso de discernimiento durante el novenario por el papa Francisco y en las vísperas de la celebración del cónclave. Se dirigen a ellos en inglés, luego en italiano; y si no hay respuesta, en la lengua materna del periodista: español, francés, portugués, etcétera. Algunos contestan sobre algún detalle menor del interior de la Congregación; la mayoría no dice nada, porque se ha establecido que la Santa Sede hará la comunicación oficial cuando se requiera.
Sin embargo, lo que mejor revela la complejidad de lo que sucede tras los muros vaticanos está en las particularidades de cada purpurado: su acento al hablar en un idioma ajeno, su forma de caminar entre las columnatas de Bernini, la manera de eludir las preguntas capciosas, los temas que sí consideran importantes de mención e incluso en cómo atienden a las personas que reconocen entre la multitud de micrófonos, cámaras y dispositivos electrónicos.
En uno de esos enjambres, los periodistas insistían preguntar sobre el ambiente al interior de los muros del Vaticano al cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, presidente de la conferencia episcopal italiana y uno de los papabili favoritos del pueblo romano, pero el purpurado –quizá aún procurando el estilo de Francisco de ser ‘una Iglesia en salida’– mejor puso el acento en los derechos de los trabajadores, en la preocupación por las víctimas de condiciones injustas laborales. Es decir, mientras el mundo busca intrigas y sinuosidades políticas en los corrillos vaticanos (que debe haberlas); los cardenales papables quieren mirar hacia el exterior de la Ciudad Eterna y pensar quién de entre ellos puede hacer llegar el mensaje de Cristo con más fuerza, más claridad y más valentía en los tiempos que se viven.
Y es que no todos se percatan, pero ese exótico grupo de varones –con todas las singularidades de sus patrias de nacimiento, sus culturas, sus idiomas y sus condiciones– tiene en sus manos un poder de representación que jamás se ha visto en la historia del mundo: cada voto, inspirado en el discernimiento por el Espíritu Santo, es un pequeño fragmento de mundo expresando la universalidad de Iglesia.
A diferencia de los organismos internacionales donde los países poderosos tienen derecho al veto o las decisiones comunitarias apenas llegan a recomendaciones que nadie respeta; la elección del pontífice número 267 de la historia de la cristiandad pasa por las manos de cardenales provenientes de 71 países de los cinco continentes: 53 europeos, 37 americanos, 23 asiáticos, 18 africanos y cuatro de las islas oceánicas. El elector más joven tiene 45 años (con derecho a participar en cónclaves hasta el 2060) y el más viejo de 79; pero además, hay 15 cardenales originarios de naciones que por primera vez estarán eligiendo a un pontífice: Haití, Cabo Verde, Papúa Nueva Guinea, Suecia, Luxemburgo o Sudán del Sur, entre otras.
Francisco refrendó y aceleró lo que los pontificados precedentes habían comenzado a configurar: la representación cardenalicia de la Iglesia universal debe hacerse presente en todos los rincones del mundo y, por tanto, la elección del pontífice también pertenece a los católicos de las zonas más alejadas de Roma, nunca mejor dicho antes: la capital mundial.
*Director VCNoticias.com | Enviado especial a Roma Siete24.mx