
De frente y de perfil
Roma se ha convertido en estos días en la capital mundial. La muerte del papa Francisco convoca no sólo miles de fieles y peregrinos que desean externar un último adiós al pontífice venido “del fin del mundo”; toda la ciudad, que se encontraba a la mitad de la celebración del Año Jubilar, se vuelve a reorganizar para recibir a decenas de dignatarios internacionales que participarán en el funeral del Papa y a los cardenales de todos los rincones del mundo que estarán eligiendo al futuro Obispo de Roma y máximo jerarca de la Iglesia católica.
La muerte de Francisco no deja indiferente a nadie sobre el planeta Tierra. Claramente los fieles católicos expresan su sentir de una manera simple y silente: decenas de miles de personas han testimoniado en la Ciudad Eterna el traslado del cuerpo del pontífice argentino de Casa Santa Marta a la Basílica de San Pedro y han rendido homenaje ante el féretro del líder religioso. También participarán masivamente en la inédita procesión del cuerpo del pontífice a la Basílica de Santa María la Mayor, en la histórica, simbólica, mítica y mística colina romana del Esquilino donde se yergue el primer santuario dedicado a la Virgen María en Occidente.
Por su parte, los cardenales que ahora se encuentran en centro el ojo público, ya se reúnen en un trepidante Vaticano tanto para orar por el eterno descanso de finado pontífice como para comenzar a escuchar los signos de los tiempos y a evaluar las cualidades, virtudes y defectos de sus hermanos cardenales pues, de entre ellos, emergerá quien dará rostro y sentido a la unidad eclesial que conduzca el camino de la Iglesia rumbo a los 2000 años de la Redención.
Sin embargo, fuera de la sencillez devocional del pueblo, las élites políticas luchan por capitalizar su legado y lucran el momento para legitimar sus inclinaciones o intereses ideológicos: unos destacan del Papa su compromiso social con las marginalidades, las comunidades históricamente discriminadas y las periferias humanas materiales y existenciales así como su crítica al capitalismo salvaje; otros, defienden de Bergoglio la radicalidad provida y la defensa de la natural dignidad humana en todas sus condiciones. Pero lo que Bergoglio sintetizó en una convicción íntegra gracias a una fe que no se limita a espacios ni fronteras sino que habla en categorías de tiempo y encuentro; la mundanidad política desgarra como esencias irreconciliables. La batalla mediática, política y cultural en estos días romanos pasa por conceptos como ‘izquierda’, ‘derecha’, ‘progresista’ o ‘conservador’ superados tanto por Francisco como por la Iglesia católica; sólo al final del cónclave veremos si esta tentación alcanzó el prometido espíritu orante con el que los cardenales pondrán su discernimiento y elección.
No obstante, este rasgo del papa Francisco de ser reclamado por ambos espectros de la polarización política, simboliza una certeza: el pontífice latinoamericano realmente tenía una palabra útil para todos. Mientras sus detractores lo acusaron de pecar de ambigüedad (aunque otros le acusan de todo lo contrario); las certezas con las que nutrió a sectores tan disímbolos como confrontados revela la posibilidad de que gracias a una actitud de aceptación, sin prejuicios ni predisposición a la exclusión logra una cosa al menos: el diálogo.
Su llamado a una conversión íntima, integral y más consciente de nuestra responsabilidad con el prójimo lo hicieron un pontífice incómodo; su apuesta por una Iglesia pobre, abierta, accidentada por audacia y no enferma por encierro, dispuesta a pedir perdón cuantas veces fuera necesario; lo hicieron un Papa de este siglo que así lo requería.
No es sencillo aceptar que vivimos en una realidad cuya única frontera es el Misterio del creyente; que la humanidad tiene un solo origen, un solo Creador y un solo Destino. El resto de las fronteras, Francisco se las ha dejado a la conciencia de todos a quienes ha alcanzado con su ministerio.
Roma, 23 de abril. 2025
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe