
Poder y dinero
Los vecinos del norte decidieron sacudir el mundo. Iniciaron una guerra arancelaria y controversias de soberanía con varias naciones. Un ejemplo son las riñas con los daneses por Groenlandia y con Panamá por su canal.
En ese contexto, vale la pena recordar viejas historias que tienen tremenda actualidad. Las tres son del siglo19, difícil para los mexicanos y de éxito para los americanos. El adjetivo, en los segundos, lo uso desde la perspectiva de sus intereses y no de lo justo de las acciones que ejecutaron.
James Polck, fue un niño débil y estudioso, un día le operaron de la vejiga sin más anestésico que una botella de brandy. Fue el undécimo presidente de la Unión, y su carrera electoral se basó en la oferta de anexar Texas. Para mala suerte de México y, a diferencia de muchos otros políticos, cumplió su promesa y, de paso, se quedó con otros territorios; incluso arrebató Oregón a los ingleses.
Fue una guerra injusta. Los gringos tenían el triple de población que nosotros, estaban ya en la revolución industrial, contaban con la fuerza laboral de los esclavos, su tecnología de guerra era superior a la mexicana y gozaban de instituciones sólidas. En nuestro bando la situación no podía ser peor: nos gobernaba una pandilla de ineptos, la vida nacional se sumía en la polarización, varias entidades no se sumaron a la defensa de la patria y en la tesorería no había un centavo. El seductor presidente era bueno para tirar el dinero y hacer discursos patrioteros.
En medio de asonadas, guerras y motines, a un grupo de compatriotas se les ocurrió la peregrina idea de traer a un príncipe europeo a gobernar. Le tomaron el pelo y terminó fusilado. El austriaco era liberal, más que los nacionales, y a su esposa le decían la princesa roja. Fue emperatriz regente y, por lo tanto, la primera mujer en dirigir el país. A ella se deben leyes laborales y de protección a los indígenas que Juárez y sus cuates no se atrevieron a promover.
Por cierto, nuestro querido benemérito padecía de una notoria afición a pactar con los americanos. Por suerte, no lo tomaron en serio y no ratificaron el acuerdo McLane-Ocampo. De haberlo hecho, nos quedamos sin otro pedazo del territorio y en calidad de protectorado.
A William McKinley, presidente veinticinco de los Estados Unidos, le gustaba que le dijeran el “Napoleón del proteccionismo” y tenía la misma manía de sus antecesores de quedarse con lo ajeno. Anexó Hawái y se adueñó de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas.
Polck murió de cólera y su esposa lo sobrevivió cuarenta años; McKinely, de un tiro, y Juárez, de angina de pecho. Los dos primeros son referentes de Trump, el otro de López Obrador.
Dios nos proteja de los referentes.