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En México existen por lo menos cuatro "observatorios eclesiales" que, con cierta periodicidad, explican los diversos rostros de la realidad nacional, aunque se enfocan esencialmente en los ámbitos políticos. Reconozcamos primero que cada ejercicio de selección noticiosa y análisis condensado es un servicio valioso por el esfuerzo de comprender la compleja realidad.
Sin embargo, en ciertos casos, el 'servicio' que ofrecen algunos observatorios parece perseguir sobre todo el autovalidar ideologías o prejuicios, e incluso avivar la tensa rabia social mediante narraciones sesgadas en sectores radicalizados políticamente. Es decir: en lugar de sorprenderse por la realidad (como haría un observador honesto), algunos observatorios miran la escena social con anteojeras estrechas, conociendo los resultados de su análisis mucho antes de reunir los datos. Y sus reportes, más que ventanas a la realidad, son mirillas muy angostas.
Este grave problema podría originarse en equipos redactores demasiado reducidos o, peor, en su sometimiento a agendas concretas —búsquedas pragmáticas— para influir en figuras relevantes.
En el primer caso, la mirada se vuelve estrecha por falta de contraste interno de ideas. Pero el segundo caso preocupa, pues implicaría propósitos inconfesables: disfrazar de razón y falso consenso una interpretación intencionada y maniquea para manipular liderazgos, figuras relevantes, titulares de organismos, directivos de instituciones, líderes sociales, políticos y religiosos.
Sin duda es de agradecer el pluralismo de opiniones en la Iglesia católica. Es incluso positivo evaluar las distancias argumentales de los observatorios eclesiales en México, que a menudo compiten más por incidir en audiencias que por coherencia con su misión original. Como enseña la tradición católica, la verdad es una relación viva, no un instrumento de control.
Y pese a ello, es necesario alertar sobre lecturas reduccionistas e ideologizantes en productos de algunos observatorios. Como advirtió el icónico sacerdote José Luis Martín Descalzo: “Hay quienes disfrutan manteniendo abiertas sus propias heridas; y a veces, aquella discusión que surgió por un arañazo termina en puñalada”. En otras palabras: si el análisis de los problemas nacionales urgentes (como seguridad, economía o ciudadanía) parte de viejos resentimientos políticos o culturales —fruto de la pérdida de poder e influencia de la Iglesia—, los llamados a 'tomar conciencia y actuar' podrían fomentar agresividad discursiva o, incluso, movimientos de posible violencia 'restaurativa'.
Hoy no parece que la Iglesia católica en México haya alcanzado fracturas institucionales profundas; pero enfrenta un intenso dilema que distanciaría la pastoral del servicio del juego de imposición de fortalezas racionales politizadas; y ahí los observatorios tienen una responsabilidad importante. Al respecto, hay que recuperar cómo en el célebre texto de Javier Cercas sobre el viaje apostólico de Francisco a Mongolia se muestra que lo atractivo de la identidad cristiana no es su racionalidad argumental, ni su influencia política, sino la radicalidad de actuar cristianamente para expresar la alegría de la buena nueva ahí donde está el prójimo y tal como se encuentra.
A lo largo de su historia, la Iglesia mexicana siempre ha sido un reflejo de su propio contexto social y político; por ello hoy se arriesga hacia una compleja fragmentación eclesial sustentada en una "espiritualidad de conflicto" interminable; y esa fragmentación, al final, también debilita el testimonio.
Por ello urge pasar de la autorreferencialidad a una sinodalidad transformadora: con menos observatorios rivalizando por obsesiones narrativas y más laboratorios de justicia donde la verdad se encarne en respuestas concretas —en sintonía incluso con los objetivos y compromisos del PGP 2031+2033. La opinión pública, en última instancia, al estar iluminada por el ejemplo más que por las diatribas, puede dejar de ser campo de batalla para convertirse en un espacio propositivo de encuentro.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe