De norte a sur
Chile, una de las democracias más consolidadas acaba de elegir a un presidente de 35 años. En los países longevos sus políticos son viejos, aunque no siempre es el caso. La edad, se asume, conlleva prudencia, experiencia y sensatez. La juventud, impulso, arrebato y propensión al error. La comparación de Donald Trump y Barak Obama lo desmiente y no parece ser la excepción.
México ha tenido ingratas experiencias con presidentes y gobernadores jóvenes. De hecho, la horneada más corrupta que se haya conocido remite a una clase política de jóvenes, la mayoría, priísta, causa del descrédito y debacle del tricolor. Carlos Salinas fue un presidente joven, también Enrique Peña. Lo fueron como gobernadores sus actuales líderes, Rubén Moreira y Alejandro Moreno. Ciertamente, la juventud no es virtud, tampoco la edad.
Andrés Manuel López Obrador aparenta más edad, incluso él dice que vendrá un o una sucesora joven, pensando en los nombres que él ha seleccionado como posibles candidatos. No es el caso. Ramón de la Fuente es 2 años mayor. Otros tendrían la misma edad que él en su arribo a la presidencia. Incluso Claudia Sheinbaum tendría 62 años, apenas 3 años menos de los de AMLO en ese entonces. El Presidente de Chile, Gabriel Boric, bien podría ser hijo de Claudia.
El fracaso político y ético de la nueva generación de los anteriores gobernadores se debió a dos razones: sus mentores políticos fueron mandatarios corruptos y el modelo de político nacional al que se aspiraba. Salinas dedicó parte de su tiempo a cultivar a jóvenes gobernadores. Junto a la seducción de que él podría llevarles a la cima del poder, había negocios subyacentes. Muchos de ellos podrían aportar anécdotas tan burdas, como ridículas y cómicas del ex presidente. Los corruptos políticos fueron producto de los políticos corruptos.
Cualquiera que sea la edad, el país clama por la renovación de su clase política, no necesariamente referida a un tema de edad, sino más bien a hábitos y actitudes. Lo ocurrido en el nivel nacional descarta al populismo como vía de transformación; el fracaso se hará sentir más al momento del relevo. El futuro deseable apunta, sí a la austeridad y probidad, pero también a la eficacia; sí al señalamiento frontal de las insuficiencias, pero también de la concordia e inclusión, y sí al señalamiento de la venalidad, pero combatiéndola con la ley en la mano y no de palabra.