La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Los reinados y las dictaduras tienen una falla sustancial y catastrófica, dependen de una sola persona, si esa persona muere o queda incapacitada el sistema queda acéfalo, el vacío es enemigo del poder, alguien o algo tomará las riendas y tratará de ejercerlo, mientras, puede o no haber caos, muerte y destrucción.
Afortunadamente nuestro sistema político es democrático, constitucional y republicano, por encima de las decisiones de un solo hombre nos rige la voluntad y decisión de todos que se ve reflejada en las leyes creadas y votadas por diputados y senadores que nosotros elegimos, además cada seis años, porque así lo decidimos, elegimos a un presidente que es el administrador de nuestros recursos y representante de todos frente a las demás naciones.
El presidente no tiene todo el poder en su persona, lo comparte con los legisladores y con el poder judicial que ejerce la justicia, aunque el poder ejecutivo tiene el mando de las fuerzas armadas, esto obedece a que, si se necesita tomar una decisión que pusiera en peligro a la nación, el presidente, como nuestro representante, debe tener la última palabra y no un militar.
El presidente no es el dueño del destino de la nación y sólo ejerce un tipo de poder durante seis años, no más. Algunos presidentes han dejado un legado, el actual, se ha preocupado mucho por tratar de dejar uno, tanto ideológico como material.
En el ámbito de lo material pareciera que se han dejado muchas cosas, pero en realidad no, porque al final de este sexenio no habrá nada que se pueda usar al 100%, todo lo construido tendrá que ser terminado, mejorado o cambiado en las administraciones posteriores, lo que hoy se construye, probablemente será completamente operativo en 2050. No es un legado, es el principio de varios proyectos que están siendo construidos a toda prisa, para una campaña de marketing político.
En la parte ideológica el presidente tampoco deja un legado, ni siquiera una idea concreta a heredar. Arbitrariamente, sin ser historiador e incluso sin una discusión nacional de fondo, el presidente ha señalado que su administración es la cuarta transformación del país.
Las transformaciones históricas requieren tiempo, no son proyectos de corto plazo, por ejemplo, la independencia de nuestro país no se consolidó de manera armada en 1821, sino hasta 1836. Yo no soy historiador, pero este hecho es un ejemplo, de que la idea de este supuesto legado histórico, está cuando menos a discusión. Un presidente, por el sólo hecho de pensarlo y quererlo, no debiera asegurar que su administración está transformando el país, mucho menos la historia.
Todas las decisiones de un gobierno son coyunturales, las mejores administraciones tienen dos características importantes: se refuerzan con lo que en su momento son las mejores mujeres y hombres, pensadores, maestros, médicos, matemáticos y especialistas en muchas materias. En consecuencia, el gobernante escucha y toma decisiones basado en lo que sería mejor para la población en su conjunto, sin importar las diferencias sociales, ideológicas o religiosas.
El presidente Obrador deja un legado de malas decisiones, tomadas sí, de manera coyuntural, pero pensadas para el beneficio político de unos cuantos que se acercan a su ideología y creencias. Su testamento político está compuesto por construcciones sin terminar, polarización, muerte, pobreza y caos, todo por la prisa y la soberbia.