Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
Protagonista de la literatura hispanoamericana del siglo XX
Por Alba Lara-Alengrin (*) profesora-investigadora titular en la Universidad Paul-Valéry de Montpellier, Francia.
FRANCIA, 21 de febrero de 2024.- Ahora resulta que todo mundo leía y apreciaba a José Agustín, cuando durante mucho tiempo fue menospreciado por la academia mexicana o, en el mejor de los casos, visto con condescendencia como un escritor “para jóvenes” o “que iniciaba” a la literatura. En realidad, la emoción de sus numerosos lectores ante la noticia de su fallecimiento no me tomó por sorpresa, pero la avalancha de artículos, números especiales y notas publicadas por su muerte sí que me sorprendieron y más aún la respuesta oficial e incluso el homenaje nacional en Bellas Artes previsto el 25 de febrero (creo que con otro partido en el poder ese homenaje no se hubiera realizado).
En los sesenta, las excepciones al ninguneo en el medio literario de escritores mayores que él fueron Juan José Arreola, Elena Poniatowska y Vicente Leñero. Sin esos apoyos, y el de editores como Emmanuel Carballo, Rafael Giménez Siles o Joaquín Díaz-Canedo, José Agustín no hubiera podido publicar siendo tan joven. Entre los críticos de su generación o más jóvenes que le dedicaron ensayos se destacan Evodio Escalante y Adolfo Castañón. Sin dejar de mencionar que siempre fue reivindicado por dos escritores más jóvenes que él, Juan Villoro y Enrique Serna, hoy día la lista de escritores recientes que lo admiran sería larguísima.
En realidad, José Agustín recibió primero una crítica académica más atenta en el extranjero, o por parte de extranjeros, por ejemplo, Jorge Ruffinelli, uruguayo radicado en México; en Estados Unidos, John S. Brushwood o la publicación José Agustín. Onda and beyond (1986), coordinada por Donald Schmidt y June Carter; en Alemania, Inke Gunia, con “¿Cuál es la onda?” La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta (1994), que es el estudio más serio y bien documentado sobre las llamadas literaturas contraculturales mexicanas y, por último, La búsqueda identitaria en la obra de José Agustín (1964-1996), que publiqué en 2007 en Francia como La qûete identitaire dans l’œuvre de José Agustín (1964-1996).
La última vez que vi a José Agustín nos recibió en su casa de Cuautla con una rola del grupo francés Noir désir a todo lo que da en honor de mi esposo francés, como si nosotros fuéramos las celebridades y no él. Comimos juntos en su terraza con su esposa Margarita, encantadora anfitriona y cómplice del escritor, envueltos en el calor delicioso de Morelos. En 2017 hablé con él por última vez para invitarlo a un coloquio en su honor en Montpellier, Francia, pero José Agustín ya no podía viajar tan lejos. Y es que mucho antes, había tenido la suerte de invitarlo a Marsella a un encuentro de cine latinoamericano en 2001, donde participó en una mesa redonda e hizo una presentación en la Universidad de Provenza. De hecho, tres de sus novelas fueron traducidas al francés y publicadas, en Bélgica, La tumba (La tombe por Pré aux Sources con traducción de Frank Andriat); en Francia, De perfil (Mexico midi moins cinq) y Se está haciendo tarde (Acapulco 72), ambas publicadas por La Différence y muy bien traducidas por Jean-Luc Lacarrière.
Cuando elegí De perfil hace treinta años para mi tesis de Master 1, un colega egresado del Colegio de México trató de disuadirme, incitándome a elegir mejor a un “escritor serio“. Había visto por primera vez a José Agustín en Aix-en-Provence hacia 1993 cuando vino como invitado para el encuentro de escritores Belles étrangères y me sorprendieron su sinceridad, su naturalidad y su falta de pose. De él había leído Ciudades desiertas, que había comprado en un súper, además de De perfil y La tumba. Inicialmente quería trabajar sobre el humor en De perfil, pero muy pronto me di cuenta de que la novela daba para mucho más porque era toda una propuesta estética desde la juventud por lo que abrí el enfoque y seguí estudiando sus obras hasta el doctorado, donde analicé toda su narrativa publicada antes de 1994. A lo largo de mi investigación, consulté sus archivos personales y José Agustín me concedió tres entrevistas, publicadas en la monografía ya citada que le dediqué: La quête identitaire dans l’œuvre de José Agustín (1964-1996).
Apadrinado por Juan José Arreola, José Agustín irrumpió en el solemne panorama de la literatura mexicana en 1964 con La tumba donde, a los veinte años, el autor ya había encontrado su voz narrativa y una estética personal, algo muy poco usual en un escritor. José Agustín refrendó y pulió su poética dos años más tarde con De perfil de la que Emmanuel Carballo dijo que entre risas y chistes le ponía bombas a las principales instituciones mexicanas -la Familia, la Iglesia, la Escuela. Su estilo inconfundible aparece incluso en su autobiografía titulada José Agustín, una obra de encargo, publicada en 1966 en la colección “Nuevos escritores del siglo XX presentados por sí mismos “, dirigida por Emmanuel Carballo y Rafael Giménez Siles, que incluía solo a escritores menores de 35 años. Dicho sea de paso, si Monsiváis es irónico y algo coloquial, la autobiografía de José Agustín es autoirónica y de la colección es el único que no se toma en serio.
La novedad del discurso de José Agustín no radicaba en incluir el lenguaje coloquial, porque esto se había hecho en la literatura mexicana desde El periquillo sarniento de Lizardi, la originalidad de las novelas de José Agustín era que ese lenguaje coloquial figurara como primera instancia de narración y no sólo en los diálogos. En realidad, pocos escritores mexicanos han jugado tanto con la lengua como él, que no solo integró los albures en su prosa, también transcribió fonéticamente los idiomas extranjeros, inventó neologismos, jugó con la distribución de las palabras en la página, caricaturizó a sus personajes nombrándolos a partir de características físicas (el señor Obesodioso, GranCachetes o Hacedor de Plática), incluyó letras de canciones de rock como epígrafes, alteró la ortografía y parodió los tópicos académicos mostrando su caducidad.
Precoz como pocos, José Agustín fue un narrador virtuoso que supo expresar con sus historias y su discurso irreverente la voluntad de cambio de toda una generación, en el México mayoritariamente joven y entusiasta de los años sesenta. En realidad, las novelas de José Agustín, de Gustavo Sainz y de Parménides García Saldaña expresaron y anunciaron la revuelta juvenil que se estaba gestando en México en los sesenta. En cierta forma fueron los niños malcriados de la literatura mexicana de los sesenta y José Agustín arremetió contra todos los escritores intocables en aquella década como Juan Rulfo y Juan José Arreola —a los que tachó de “ancianos resentidos“—, o Carlos Fuentes y Octavio Paz.
Lejos de ser un “escritor para jóvenes“, la narrativa de José Agustín fue evolucionando y se distinguen varios ciclos en su producción, el primero, fue el ciclo de los relatos de adolescentes, que incluye las novelas La tumba (1964), De perfil (1966) e Inventando que sueño (1968), éste último un libro de cuentos muy experimental, organizado como una composición sinfónica en cuatro movimientos, menos inspirado de una sonata que del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, donde incluyó su famoso relato “Cuál es la onda“, quintaesencia de su estilo. En realidad, la onda era un movimiento social, el de la contracultura mexicana que se había iniciado en ciudades de la frontera y en la ciudad de México hacia 1966 y remitimos a las crónicas de Carlos Monsiváis sobre los onderos, “Dios nunca muere” y “La naturaleza de la onda”, publicadas respectivamente en Días de guardar de 1970 y Amor perdido, 1977.
En “La naturaleza de la Onda”, pese a que la consideraba como una nueva forma de colonialismo, Monsiváis afirmaba “la Onda es el primer movimiento del México contemporáneo que se rehúsa desde posiciones no políticas a las concepciones institucionales y nos revela con elocuencia la extinción de una hegemonía cultural. Tal hegemonía se surte, en términos generales, en la visión gubernamental de la Revolución Mexicana y se concreta en el impulso nacionalista”. Según Theodore Roszak, quien acuñó el término en The Making of a Counter Culture de 1969, la contracultura intentó liberar al individuo explotando los aspectos no intelectuales de la personalidad, pero también la entendía como una oposición de los jóvenes norteamericanos contra la tecnocracia. En mi opinión, la contracultura es el discurso, creencias y formas de vida alternativas, mayoritariamente juveniles que surgieron en los años 60-70 contra la sociedad establecida y las instituciones y que han ido evolucionando desde entonces con los cambios sociales y tecnológicos.
En todo caso, el título del relato de José Agustín, “Cuál es la onda” probablemente inspiró la amalgama que se hizo entre el movimiento social y lo que se iba perfilando como una tendencia literaria incipiente. Fue la crítica Margo Glantz quien propuso el término “literatura de la onda” en el ensayo que acompañaba a la antología Onda y escritura en México, jóvenes de 30 a 33 (1971), Glantz tuvo el mérito de detectar con mucho tino una poética incipiente, pero su intuición se convirtió en una etiqueta que los autores concernidos percibieron como reductora, en particular, Gustavo Sainz y José Agustín. Por su parte, Parménides García Saldaña siempre la reivindicó e incluso escribió un ensayo titulado En la ruta de la Onda (1972), pero que hablaba del movimiento social y no del literario. En todo caso, dentro de la producción de José Agustín, Inventando que sueño, publicado en 1968, marca la transición hacia la etapa siguiente.
Con La nueva música clásica (1968), el primer libro sobre rock en México y la obra de teatro multimedia Abolición de la propiedad (1969), muy experimental para la escena mexicana, José Agustín inauguró su fase más contracultural, pues sus personajes se radicalizaron y dejaron de ser adolescentes traviesos.
En realidad, en sus primeras novelas no se hablaba de drogas ilegales, solo se aludía al alcohol y al tabaco, eran textos transgresores sobre todo por su discurso y por la manera en que abordaban la sexualidad juvenil. Pero el impacto del Sesenta y Ocho y el endurecimiento del régimen se perciben en un cambio de tono y de perspectivas en las novelas de José Agustín y de otros narradores asociados con la onda, como lo señala el trabajo de Inke Gunia. Además, al igual que muchos jóvenes de su generación, José Agustín fue arrestado en diciembre de 1970 por posesión de marihuana, acusado injustamente de tráfico de drogas y encarcelado 7 meses en Lecumberri, donde coincidió con José Revueltas, al que admiraba y cuyas obras completas había editado y epilogado en 1967 destacando su importancia en la literatura hispanoamericana. Como presidiarios, José Agustín y José Revueltas figuran entre los escritores mexicanos que ocuparon la posición más contracultural en el campo literario, por sus posturas sociales y/o políticas.
Esta experiencia carcelaria fue destilándose en varios textos, donde realmente se detecta una poética del encierro, primero en la obra de teatro Círculo vicioso (1972), pero sobre todo en Se está haciendo tarde (final en laguna) de 1973, su novela más intensa, transgresora y contracultural, escrita en la cárcel. La historia transcurre en Acapulco y nada remite en esta historia a la prisión, pero a contracorriente de las expectativas de su protagonista Rafael, un capitalino que espera evadirse de la ciudad de México, en la novela se recrea una atmósfera de enclaustramiento provocada por la intoxicación con alcohol, marihuana y silocibina.
En esta novela esperpéntica el narrador ya no es un personaje de la novela por lo que José Agustín consolida su voz narrativa integrando los diálogos argóticos con gran soltura, o sea, eliminando la subordinación de voces narrativas o el uso de guiones en la narración. Continúan el ciclo contracultural el libro de relatos La mirada en el centro (1977) y la novela El Rey se acerca a su templo (1977). En estas dos, como en Círculo vicioso, se alude directamente a la cárcel de Lecumberri como espacio referencial, de hecho, al interior del periodo contracultural se distingue un ciclo carcelario durante el cual el escritor fue exorcizando su amarga experiencia hasta cerrarlo en 1984 con El rock de la cárcel, su segunda autobiografía, que termina justo el día de su salida de la prisión.
El siguiente ciclo creativo abrió en los ochenta con una reflexión sobre la identidad cultural y la otredad en Ciudades desiertas (1982), novela que juega con los estereotipos culturales y donde encontramos otra vez el gozo característico de la pluma de José Agustín, a través de una sátira de los Estados Unidos y del programa de escritores de Iowa, al que fue invitado como escritor. En Ciudades desiertas el autor también explora las relaciones de pareja, la independencia femenina y se burla del machismo, de hecho, esta novela fue adaptada al cine como Me estás matando, Susana por Roberto Sneider en 2016 y protagonizada por Gael García Bernal y Verónica Echegi.
En 1986 José Agustín publicó Cerca del fuego, una novela de anticipación donde aparece una visión hipertrófica de la ciudad de México que resultó profética, se cuenta la historia de Lucio, un personaje amnésico que de pronto se descubre en una ciudad que ya no reconoce, transformada y amenazante, invadida por los Estados Unidos. Inspirada de la alquimia y de sus lecturas de Carl Gustav Jung, la novela adopta una sintaxis onírica en muchos pasajes, pero sin perder la frescura característica de la prosa joseagustiniana.
En los años noventa, José Agustín abrió un ciclo dedicado sobre todo a la crónica histórica con La contracultura en México (1996), el primer libro que aborda el tema de este movimiento en el país y donde la define como “los movimientos o expresiones culturales, usualmente juveniles, colectivos, que rebasan, rechazan, se marginan, se enfrentan o trascienden la cultura institucional”. Además, publicó en esa década la trilogía Tragicomedia mexicana, publicada en tres volúmenes entre 1990 y 1998, se trata de un trabajo de ardua documentación histórica que cubre desde 1940 hasta 1994, o sea 9 sexenios.
Su originalidad reside en que José Agustín no adoptó un discurso académico, además, sazonó con anécdotas y chistes los acontecimientos narrados transgrediendo también el discurso de la crónica histórica. En la misma década publicó Dos horas de sol (1994), aunque el tema de la novela es la amistad, José Agustín elaboró con esta novela un retrato de los estragos del Salinato en un Acapulco devastado por un huracán y por sus políticos rapaces. Luego del huracán Otis de 2023, Dos horas de sol acabó siendo, también, una novela de anticipación. Este ciclo es abiertamente político, aunque en realidad su discurso siempre lo fue, desde su primera novela.
Antes de su grave accidente de Puebla en 2009, José Agustín publicó dos otras novelas Vida con mi viuda (2004) y Arma blanca (2006). La primera es un retorno al tema de la amnesia, que ya había abordado en Cerca del fuego y la segunda, una vuelta al Sesenta y ocho. El autor planeaba publicar también una novela titulada La carne de Dios, pero los estragos del accidente se lo impidieron.
Entonces, básicamente se desprenden cuatro ciclos de su producción: uno contracultural, que abre con los relatos de adolescentes y se termina con la poética del encierro; otro centrado en las relaciones, influencias y diferencias entre la cultura mexicana y la estadounidense, un tercer ciclo dedicado a la crónica histórica y a la evolución del México del siglo XX y, el último, que pintaba como una rescritura sobre temas o épocas ya evocados, y que quedó truncado por su accidente en Puebla.
En realidad, desde sus novelas de adolescentes, la búsqueda identitaria de los personajes recorre toda la narrativa de José Agustín, esa búsqueda se decantó por la rebeldía, las drogas, las experiencias límite, el erotismo, el éxtasis, el encierro, la pareja, la amistad, la memoria individual. Muchas de sus novelas abordan la vocación, la escritura, la pareja, los sueños y su lógica particular, además, sus historias no evaden el ridículo ni lo escatológico. Por eso su prosa se alimenta de contrastes y sus figuras más socorridas son el oxímoron, la antítesis, las hipérboles. Su signo distintivo es sin lugar a dudas su voz narrativa que mezcla con naturalidad y maestría el humor con diferentes registros, discursos sociales y tonos. Su impacto en la evolución de la narrativa mexicana fue determinante, por eso Evodio Escalante lo califica como una revolución estética, que pocos comprendieron en su momento. Por si fuera poco, con la vitalidad que tuvo siempre, José Agustín tradujo a otros autores del inglés, dirigió cine, escribió teatro, guiones, decenas de prólogos, antologías, dirigió programas de televisión, fue profesor universitario en Estados Unidos y militó por la despenalización de las drogas.
Las reacciones y la emoción ante su fallecimiento han dejado bien claro que José Agustín es, en el sentido noble del término, el último gran escritor popular mexicano, y un protagonista de la literatura hispanoamericana del siglo XX que me abrió muchas puertas, las de su casa, las de la investigación y las de decenas de libros, que me llevaron a otros libros y así sucesivamente. Con él llegué a la contracultura, al rock sicodélico, a Theodore Roszak, a Carl Gustav Jung, a Jack Kerouac, a Allen Ginsberg, a William Burroughs, a D.J. Salinger, al I-Ching, a Nabokov, al Don Juan de Carlos Castaneda, a Aldous Huxley, a William Blake, a Parménides García Saldaña, a Vicente Leñero, a Gerardo de la Torre, a Salvador Elizondo, a Élmer Mendoza … La lista no acabaría. De la mano de sus novelas y de sus cuentos crecí como persona, viví el México de los sesenta como si me hubiera tocado, reviví mi adolescencia, me reí y me sigo riendo como loca con Queta Johnson.
Quedo eternamente agradecida con José Agustín, por haberme abierto tantas puertas.
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