Para CDMX a la vanguardia, la Agencia de Gestión Integral de Residuos
Mi querida amiga y colega Bertha Fernández, hija del inolvidable periodista Bernardo Fernández Monreal, conocido cariñosamente como “Macharnudo”, me relató una sentida anécdota, que enmarca la esencia humanitaria de su padre.
Alberto Carbot
Macharnudo y yo, hasta su muerte, ocurrida el 24 de abril de 2002, compartimos fuertes lazos. Durante muchos años —los últimos de su productiva vida—, él colaboró en la revista Gente Sur, La revista de México, a mi cargo.
Su declive físico dio inicio 2 años antes en Madrid, cuando fue asaltado en Lavapiés, un barrio cargado de historia y diversidad, que también ha sido escenario de episodios oscuros que manchan su vibrante reputación.
Las calles estrechas y antiguas del distrito español que alguna vez fueron refugio de artistas y bohemios, pueden convertirse en laberintos peligrosos al caer la noche. Fue en una de estas calles donde él sufrió un brutal asalto a manos de una pandilla de adolescentes árabes. A sus casi 90 años, el ataque no solo le dejó lesiones físicas, sino también una profunda herida emocional, que marcó el inicio de su inevitable declive.
Para Macharnudo, un hombre que había sobrevivido a tantas batallas de la vida, este incidente fue devastador. Encontrado herido, disperso mentalmente y balbuceando frases inconexas, aquel ataque simbolizó una ruptura irreversible en su vitalidad. La comunidad taurina, que tanto lo admiraba, quedó consternada por la violencia que sufrió en un lugar que, pese a su fama de barrio bravo, nunca debería haberle arrebatado su dignidad y tranquilidad en sus años finales.
Desde sus inicios con nosotros, Macharnudo (Machar) como le llama Bertha, inició sus colaboraciones con el título de «Macharnudo, dentro y fuera del Ruedo», en las cuales él narraba partes de su vida, desde su emigración como niño nacido en Silao, Guanajuato el 4 de agosto de 1913, miembro de una numerosa prole que superó la veintena de hijos, surgidos del matrimonio entre el dentista Luis Fernández y la señora Adelaida Monreal.
De todos ellos, él fue el benjamín y también el más pequeño de estatura. A la muerte de su padre, víctima de una epidemia de tifo, su mamá emigró a la ciudad de México, pero las dificultades económicas la obligaron a internar a sus tres menores hijos, Guillermo, Javier y Bernardo en un hospicio, donde se hallaron con otros niños que al paso de los años lograron destacar como notables empresarios y funcionarios públicos. Ahí, en su inocencia infantil, desarrolló su habilidad para hacer poemas y mostró desde entonces las facultades que desarrollaría en la edad adulta.
Luego, él estudió ingeniería algunos años, en la Escuela Industrial, que antecedió al Instituto Politécnico Nacional, pero se dio cuenta que lo suyo eran las letras y entonces comenzó su tarea en el periodismo.
Entró al periódico Excélsior, donde trabajó como ayudante, hueso, como se llamaba al joven que llevaba las notas de los reporteros a manos de los correctores de estilo, para después trasladarlas al taller donde estaban los linotipos.
Más tarde se consagró como uno de los grandes periodistas de la crónica taurina en México, particularmente como integrante del diario deportivo «Esto”, en la Cadena García Valseca, del cual fue fundador, en 1942, con un grupo de amigos, entre ellos el gran fotógrafo, Adalberto Arroyo.
En ese diario, ya como reportero y con el seudónimo de Macharnudo, cosechó varios éxitos, entre ellos la primera entrevista exclusiva que se le hizo al matador español, Manuel Rodríguez, Manolete. Asimismo, hizo una biografía ilustrada por el dibujante Francisco Flores, sobre Paco Camino, en la que hablaba de sus inicios en la fiesta taurina y las tretas empleadas para ocultarse de su madre doña Angustias, quien hizo honor a su nombre durante el tiempo que el diestro permaneció en los ruedos.
Fue amigo de Mario Moreno Cantinflas, Jacobo Zabludovsky, Manuel Benítez El Cordobés, Eloy Cavazos, Abel Quezada, Renato Leduc, Monseñor Sergio Méndez Arceo, Alfredo Leal y otros más, como Manolo Martínez.
Luego de medio siglo de labor ininterrumpida en la Cadena García Valseca, lo despidieron otorgándole una ridícula indemnización. Después, Franco Carreño lo acogió en el periódico “La Afición”.
En Gentesur continuó escribiendo su columna con el título de «Dentro y Fuera del Ruedo”.
Esta es la anécdota:
Bernardo Fernández, a quien todos conocían con afecto como Macharnudo, fue un periodista dedicado apasionadamente a la crónica taurina en México.
Su camino hacia el reconocimiento no fue fácil; desde niño, como huérfano, en su natal Silao, tuvo que enfrentarse a numerosas adversidades.
Sin embargo, su perseverancia y luego su amor por el periodismo y los toros, lo llevaron a ascender en su carrera y a ganarse el respeto de toreros y aficionados por igual.
En su juventud, a lo largo de los años, Macharnudo trabajó incansablemente, ahorrando cada peso con el sueño de adquirir un automóvil que representara su esfuerzo y éxito.
Finalmente, logró comprar un espléndido Cadillac blanco, modelo 1952, un símbolo de sus logros y de su pasión por los coches.
Este vehículo, largo y elegante, se convirtió en su orgullo, un reflejo de su arduo trabajo y dedicación.
Un día, mientras realizaba una entrevista a un ganadero en Polanco, la tragedia le golpeó inesperadamente.
En pleno apogeo de la conversación, alguien irrumpió en la casa anunciando que un coche se estaba quemando en la calle.
Con una intuición aguda, él se levantó de inmediato y exclamó:
—¿No será el mío?
Al asomarse por la ventana, vio con horror que su preciado Cadillac estaba envuelto en llamas.
Alguien logró llamar a los bomberos, pero por razones inexplicables, cuando llegaron al lugar del incendio. estos no lograron conectar las mangueras a tiempo.
Macharnudo, desolado, observaba cómo su tesoro se consumía ante sus ojos, reducido a cenizas por el fuego.
Este Cadillac, que tanto trabajo le había costado comprar, desapareció en cuestión de minutos.
La tristeza era palpable, no solo por la pérdida material, sino por el significado que el coche tenía para él. Sin embargo, en medio de la tragedia, la verdadera nobleza de Bernardo se manifestó
Al investigar el incidente, la policía intentó llevarse a los niños que, como una travesura de graves consecuencias, habían provocado el incendio al colocar un cohete en el escape del coche.
La madre de los pequeños, angustiada, rogó a Macharnudo que intercediera por ellos. Conmovido por la situación y la evidente pobreza en la que ellos vivían, no solo abogó por la liberación de los niños, sino que también ofreció ayuda económica a la familia.
Él se quedó sin auto, pero la noticia del siniestro llegó rápidamente a la comunidad taurina, amigos de Bernardo por su trabajo como periodista.
Entre ellos se contaba a Curro Ortega, un paisano y amigo cercano, quien, a sus espaldas, organizó una corrida en la Plaza México, fondos que, sin decírselo, serían destinados a beneficio del noble periodista.
Gracias a esta iniciativa y a la solidaridad de los toreros, se logró reunir suficiente dinero para comprarle otro Cadillac blanco, idéntico al que él había perdido.
Así, el dolor de la pérdida se transformó en gratitud y amistad, por la intervención de Curro Ortega y su gesto de profundo compañerismo.
Esta historia, que oscila entre la tristeza y la alegría, refleja la esencia de Bernardo Fernández, Macharnudo, un hombre bondadoso, dispuesto a ver más allá de su propia desgracia, para ayudar a otros.
La memoria de Macharnudo y su Cadillac blanco perdura no sólo por el coche en sí, sino por los actos de humanidad y solidaridad que inspiró su postura ante una familia muy humilde, como las sigue habiendo por millones en México.
Lo triste de ello, es que desgraciadamente existan muy pocos Macharnudos.
Esta fue la narrativa de sus vivencias junto al Monstruo del redondel, Manolete a quien hizo la primera entrevista en tierras mexicanas, en los primeros días de diciembre de 1945.
Bernardo Fernández, Macharnudo
Tuve la ocasión de hacerle a Manuel Rodríguez, Manolete, la primera entrevista en tierras mexicanas. El llamado Monstruo llegó a La Habana en barco y de ahí se trasladó en avión a nuestra capital.
En La Habana, José Octavio Cano y Adalberto Arroyo, enviados de Esto, charlaron con el diestro, en tanto que don Paco Malgesto conseguía una interviú a través de la radio.
En diversas fechas, noticias inexactas hicieron saber que Manuel Rodríguez se encontraba en América, de incógnito, cosa que nunca se pudo confirmar.
Había gran expectación por conocer al matador cordobés, de cuyas cualidades como torero sus propios compañeros de profesión se hacían lenguas calificándolo como el de máxima categoría.
Las primeras fotografías llegadas a los medios informativos mexicanos fueron traídas por el colega Manuel Gutiérrez Balcázar, para el entonces llamado único diario rotográfico del mundo.
Se trataba, entre otros testimonios, de algunos ceñidísimos naturales que causaron general admiración antes de ver en vivo al genial artista.
Mi charla fue en el hotel Reforma. Me causó gratísima impresión la sencillez de Manolete a quien sus publicistas habían colgado el milagro de ser reservado, introvertido y poco afecto a comunicarse con la gente.
No faltaron quienes atribuyeron al apoderado de Manolo, don José Flores Camará, la publicidad exagerada que le hizo considerar como un semidiós. Algo hubo de eso, pero justo es decir también que gran parte de lo que de él se dijo, fue plenamente justificado por Manolete en el ruedo.
Su constante afán de superación, el convencimiento de que todos los públicos en las plazas grandes o en las modestas merecían que el torero diera su máximo esfuerzo, porque todos pagan, fueron sus divisas permanentes y fue ese comportamiento justamente el que le llevó a cumplir con su destino en la plaza de Linares, en la trágica corrida del 28 de agosto de 1947.
Cuando le sorprendió la muerte, no pasaba por el mejor momento de su carrera, más justo es decir lo contrario: las cosas no se daban bien y los públicos hispanos le exigían demasiado, pese a que, como se ha dicho, él trataba de sobreponerse al bache en que se encontraba.
En varias ocasiones —pues continué teniendo con él, si no amistad, sí el contacto entre periodista y torero—, recibí, cuantas veces charlamos, el mismo trato amable.
“Hago mi mayor esfuerzo, pero la gente quiere cada día más y algunos espectadores se exceden hasta exasperarme”, me dijo.
También reiteró el propósito de cumplir con un número determinado de corridas que Camará había comprometido y radicar en México, en compañía de su señora madre, doña Angustias, para la cual había adquirido una casa en la calle de Tíber.
Comento igualmente que la pareja integrada por Arruza y él —nuestros públicos no los vieron juntos—, recibía un trato desigual: en España, Carlos era el preferido y en México, las manifestaciones favorecían marcadamente al diestro de Córdoba.
El destino se interpuso: Islero de Miura fue el factor decisivo en la carrera del pundonoroso artista que hasta el último instante dio muestra de su toreo-verdad y entregó su vida en un máximo gesto de celo, manifiesto en su postrer pregunta, realizada en el lecho de muerte:
—¿Me concedieron la oreja? —inquirió.
Ambos apéndices le fueron llevados a la enfermería por uno de sus banderilleros.
La muerte del Monstruo ocurrió exactamente a las 5 horas y 6 minutos del día 29 de agosto de 1947, inmediato a la tarde de la cornada.
Quienes creen y aceptan que lo que ocurre no puede ser cambiado bajo ninguna circunstancia, pueden afirmar su concepto ya que, en la tragedia que narramos, ocurrieron circunstancias imprevistas, especialmente el hecho de que el toro Islero —autor del grave percance— no fue incluido en el lote que el sorteo deparó a Manolete.
Como era costumbre, Rafael Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana, gran amigo y protegido del diestro cordobés, figuraba de manera casi invariable en los carteles como primer espada. Por ello, Gitanillo aceptaba que sus alternantes, especialmente Manolo, escogieran los astados a que habían de enfrentarse y esa tarde no fue una excepción.
José Flores Camará, apoderado y paisano del de Córdoba, mostró preferencia por Islero y pidió la conformidad de don Domingo González Dominguín padre, apoderado de Luis Miguel para cambiar el toro. Dijo en su momento:
—Domingo, ¿te parecería que Manolo lidie a Islero y en su lugar ceda otro ejemplar de su propio lote a Rafael?
—Si tú quieres —le respondió. A Gitanillo, matador de larga ejecutoria, le daba lo mismo uno u otro astado, pero era indispensable que los alternantes convinieran en la sustitución.
Dominguín padre respondió a la petición con las siguientes palabras, poco más o menos:
—Gracias, Pepe, pero yo soy supersticioso y creo en la suerte de cada uno. Luis Miguel matará los toros que le han tocado para bien o para mal; de todas formas, gracias.
De esta manera, se escribió la primera parte del drama en que perdió la vida Manuel Rodríguez, Manolete, y no falta quienes afirmen que los pitones del toro asesino habían sido previamente manipulados.
Diré, para complementar la información, que el extraordinario testimonio gráfico de la trágica corrida —obtenido circunstancialmente—, fue tomado por el fotógrafo Paco Cano, novillero en su juventud.
Resulta que el único fotógrafo que cubría la información taurina en Linares, asistió a esa corrida del 28 de agosto, pero no llevó su cámara porque había invitado a su novia a presenciarla; es decir, fue a los toros a divertirse, no en misión profesional.
Así entonces, las placas que se tomaron y que recorrieron el mundo entero llevando la trágica noticia de la muerte de Manolete, se deben a la cámara de Paco Cano, quien recibió cuantiosos ingresos por la meta que el destino le permitió tomar de manera exclusiva.
El fotógrafo, cuyo noviazgo le impidió cumplir con su deber, lleva el nombre profesional de Linares, sitio geográfico en el que la muerte del Monstruo de Córdoba tuvo lugar.
La otra mujer de esta historia, Lupe Sino, la novia de Manolete, al regresar a España ingresó a un convento y posteriormente amigos, o pretendidos amigos de la pareja a quienes se calificó de simples alcahuetes, volvieron a unirlos.
Existe también la versión de que, como curiosa coincidencia, la mujer en cuestión encontró en su vida a otro Manuel Rodríguez, mexicano, abogado de profesión, con quien contrajo nupcias y se trasladó a Sudamérica.
Sin embargo, no hay referencias que abonen la conducta de Lupe Sino, quien pasado algún tiempo de la muerte del Monstruo se sumergió —como antes del malogrado noviazgo— en el anonimato.
Muchas personas, por encargo de doña Angustia Sánchez, madre del torero, recibieron la petición de impedir el noviazgo sin lograrlo.
Y no lo consiguieron, pues Manolete era víctima de una pasión desorbitada, lo que hizo que su madre empleara —refiriéndose a Sino—, el término de pécora, por demás despectivo.