Corrupción neoliberal
Murphy
Siempre preferí asistir a una sala cinematográfica que plantarme frente a la TV donde veía películas en episodios que podrían durar seis meses. En el cine disfruto la cinta escogida, sabiendo, además, que en esa pantalla se esconden sueños que me permiten olvidar los problemas que dejé afuera.
Esta tarde asistí al multicinemas de las Galerías de Río Mayo, en Cuernavaca y me doy cuenta que las costumbres han cambiado.
Una batería de computadoras –serían unas diez- me ofrecieron rapidez en la expedición de los boletos.
-Dos, le pedí a la expendedora.
-Joven (¡sopas!… y gracias) tenemos exhibición con subtítulos o sin subtítulos en español; también en el idioma original o con subtítulos en inglés. Hay una función para niños doblada al castellano mexicano pues el español de España no lo entienden ni ellos.
-Dos boletos con subtítulos en español.
-Mire joven (Otras ¡sopas!) tenemos la exhibición en versión original, la de tercera dimensión, 3 D, y nos acaba de llegar la 4 D en la que usted disfruta la brisa del mar o la hediondez de los pantanos donde vive Maléfica.
-¿Cuarta dimensión? (¡!)
-Oyó usted bien joven. ¿Cuál sistema prefiere?
-Normal, para qué la sufro.
-Mire (como si fuera yo tarado) en el sistema aparecen marcados los asientos en filas de la A hasta la L. La fila A es la más cercana a la pantalla y la L está hasta atrás.
Esta sigue pensando que soy retrasado o que nunca he ido a un cine; que no sé qué la pantalla está al frente y no a mis espaldas.
-Quiero estos dos lugares de la última fila, así el único idiota que pudiera empujar el asiento por atrás será el muro o el proyectista.
-¿Los asientos 7 y 8 están bien?… ¡Espere!, en este momento los adquirieron; ¿no le molestaría que lo mueva a los 9 y 10?
-Ya qué. Ni modo.
Entre a la sala y por deformación de oficio busqué salidas de escape y procedí a subir unos mil escalones hasta la fila L. Efectivamente los asientos 7 y 8 que me habían ganado estaban ocupados por una pareja joven que cada tres segundos se tomaban selfies (creo que así se dice)
Nos asentamos y comenzó el bombardeo de anuncios. Los que promocionan a la empresa distribuidora de películas, obvio, remontaron el volumen a un número increíble de decibeles. He concluido que los cines suben el sonido al máximo para compensar la sordera de las nuevas generaciones que han endurecido sus tímpanos con los audífonos que portan día y noche a casi cuero de tambor.
Unos minutos antes de que Maléfica hiciera su entrada triunfal en la pantalla grande, recorrí con la vista la enorme sala.
En ese momento, surgió un odio indescriptible contra la pareja de escuincles que me habían arrebatado los asientos 7 y 8 estando la sala absolutamente vacía. Éramos cuatro gatos en el lugar. ¿Cómo fue posible?
No cabe duda: Murphy es Murphy.
Mi Dios
Me han preguntado qué pienso sobre Dios.
Pues bien, me puse a pensar, cosa que no hago con frecuencia, sobre este asunto en el que no había reparado con suficiente profundidad.
En ocasiones brotaba de muy dentro de mí la duda sobre la existencia divina, y en otras cometía el pecado de la envidia. Sí, envidiaba a quienes si creen en Él; que realizan celebraciones, se hacen brotar sangre con cilicios frente a imágenes inmutables; peregrinajes hasta piedras flotantes; rasgan sus vestiduras o encienden varitas con olores insoportables.
Mi agnosticismo prevalecía sobre la espiritualidad, hasta que…
A las 04:44, que es la hora a la que regularmente despierto, di gracias al Supremo por el nuevo día: abrí mis ojos y disfruté ver clarear la mañana; mis oídos percibieron el canto de las aves (una verdadera algarabía) llegó hasta mí el aroma del romero y la menta sembrada cerca de la puerta principal (para alejar las malas vibras) mientras mi piel se enchinó con la fresca brisa que llega hasta Tetecalita, Morelos, desde las costas del Pacífico. Hora de disfrutar el primer café.
Regresó a mi mente la pregunta.
Con la vista hacia mi amplio jardín pienso en mi Dios, ese que puso el átomo primigenio en medio de la nada. Lo sembró, lo regó con su luz, lo acarició con sus manos y lo vio crecer, grande, grande, hasta que: ¡Cataplum! ¡Bang! Surgió de una fiesta de fuegos de artificio el Universo, y con ello –obvio- la Tierra.
Aquí nació mi Dios. Mío y de nadie más. Yo lo moldee. Las más de las veces es etéreo, sutil, impalpable, nuboso, pero siempre con rostro tranquilo. Eso sí, no muy definido. No guapo, no feo; no joven, no viejo.
Mi Dios es buena vibra; a diferencia del cruel y vengativo de los judíos; obtuso y cerrado de los islámicos; cristiano con la mejilla hinchada de tanto ponerla o, el pasivo, indiferente e inerte de los orientales. Le hablo y me atiende; no me regaña ni me recrimina; sólo escucha. La penitencia que pone a los pequeños pecados cometidos a lo largo del día se centran en que debo tomarlos como experiencias.
Hablo con Él y le agradezco que me haya permitido hacer lo que he querido, llegar hasta donde quise. Escribir, sobre todo. No más, no menos.
Al llegar la noche, agradecí que fuera bendecido con un día más –o menos, según desde donde se mire- apreciando la sensación de que mi Dios estuvo conmigo, que sea un ente responsable, cumplidor. Es más, muy buena onda. El balance ha sido positivo: aprendí de todo lo que me rodeó; cometí errores y uno que otro pecadillo sin importancia. Imagino que su cara y sus ojos son los de un padre que no regaña, sólo aconseja y comprende la debilidad humana.
Mientras entro en la fase mor, en ese sopor que llega antes que la pequeña muerte llamada sueño, me doy cuenta que debo reclamarle algo sobre el amor. El verdadero y más grande lo puso frente a mí cuando ya no es posible entregarlo ni recibirlo.
“Dios no cumple caprichos ni endereza jorobados” decía Josefinita, la abuelita sabia.
No muy satisfecho con el dicho, acato los designios del Señor –algo que no siempre observo- y le agradezco ser mi protector, mi guía, la mejor buena vibra que se ha presentado en mi vida.
No sé a qué hora se oscureció mi mente ni a dónde se haya ido mi espíritu durante mis cinco horas de sueño. Tal vez al mar, a la playa, a observar cómo van quedando marcadas mis huellas en la arena; como pecados que serán borrados por la sal de sus aguas.