La nueva naturaleza del episcopado mexicano
En ocasiones, algunos amigos y amigas me preguntan sobre mi retiro y el uso que doy al tiempo que debiera ser de ocio.
¿No te resulta agotador tanto día dedicado a esto y aquello? me inquiere mi colega y amiga Rose Marie Graepp (Santiago, Chile); pregunta que han repetido algunos otros conocidos.
Tengo la intención de vivir poco más de 85 años en las mejores condiciones de salud y actividad cerebral. Para ello tengo un ritmo que comencé desde los 15 o 18 años de edad.
Abro mis ojos a las 04:44 horas. El reloj láser que apunta al techo de la recámara así lo indica. Después de unos minutos me levanto para dar los últimos toques al artículo que voy a enviar vía electrónica a algunas publicaciones y a los amigos. A partir de las 06:00 abro el internet para leer los encabezados de los diarios de México o europeos. Reviso el correo, que generalmente es abundante, y procuro responder a los personales.
Dedico un par de horas al libro en turno de una larga lista de volúmenes que esperan en el buró. Escribo algo; hago apuntes.
Después del desayuno riego mi pequeño huerto. También los limoneros, el chicozapote y el mango, las matas de chile piquín y el habanero. Viernes, sábado y domingo aplico lo aprendido en el Liceo Escoffier sobre cocina mediterránea. Soy, esos días, el chef de la casa.
Voy a papalotear entre semana a Plaza Cuernavaca y aprovecho para visitar bancos -a pagar-. Dedico poco tiempo a crear vitrales en el taller del vitralista internacional Alex Rodríguez. Nado o camino una hora por las tardes según el clima. Una vez por semana visito alguno de los pueblos cercanos –los fines de semana no porque los chilangos atiborran esos escenarios- Dos miércoles del mes acudo a la comida del Club Primera Plana que agrupa a los periodistas que ocupamos puestos ejecutivos en medios impresos y electrónicos. A la reunión se invita a personalidades que exponen sus vivencias en los cargos que ocupan. En mi visita a la capital aprovecho para arreglar tres o cuatro asuntos de una vez. Me desplazo en transporte público pues el auto lo tengo jubilado también en Cuernavaca.
Por las tardes avanzo al libro que estoy leyendo y conforme acuden a mi mente ideas las apunto en papelitos que luego no sé dónde quedaron y cuando los encuentro requiero de un traductor o un grafólogo que los interprete.
Casi no veo televisión -por salud mental- y menos los noticiarios de la noche pues duermo poco (4 horas) y con las rapacidades, acompañadas del cinismo de los políticos, menos lo haría.
He optado por un día de la semana alejarme del Internet, incluido el feisbuck, de la televisión y del teléfono celular, Quién me necesite tiene mi número de casa y ya me hablará.
Uno de mis hijos me ha preguntado:
-Ya estás pensionado ¿No piensas descansar?
A lo que respondo:
Lo haré algún día… en paz, y por mucho tiempo.