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Juego de ojos
Norte
El norte es considerado el techo del mundo; el arriba, donde se toman las grandes decisiones; donde está el poder, donde viven los ricos y los más afortunados. Los pobres –en el cine, el arte, la literatura o en la vida real– siempre están abajo.
El Cielo de algunas religiones está arriba; lo malo, el Infierno, abajo. El norte es bueno, y como bueno, está en la parte superior. Hago un barrido mental, de arriba hacia abajo de los países que he visitado y concluyo que es cierto el axioma de: en el norte se trabaja, en el centro se piensa y en el sur se sueña.
En pocos años –¿serán diez? – la geografía de los continentes europeo y americano mostrarán cambios muy importantes. Las regiones norteñas de los actuales países externan sus quejas sobre el trabajo que realizan para subsidiar la diversión de los sureños. En el Viejo Continente baste mencionar los movimientos separatistas de Groenlandia, Transilvania, Alta Silesia, Flandes, Cerdeña, Córcega, Baviera, Irlanda del Norte, Escocia y algunos otros pequeños o grandes estados. El País Vasco, Catalunya y Galicia (las “nacionalidades históricas”) se cuecen aparte pues, en pocos años, el Al Andaluz regresará a manos del islam, no por las armas, por inmigración.
En América (el continente, se entiende) California (y con ella, el Silicon Valley) puede crear el Calexit, formando un nuevo bloque desde el occidente canadiense hasta Baja y quizá Sonora. Alaska y Cascadia aspiran a la secesión cada una por su lado. En México, además de la separación del noroeste, Chiapas y Yucatán pretenden crear la República del Soconusco, cansados de la explotación e injusticia del centro-norte del país.
El norte, donde se han movido siempre los hilos para delinear o borrar fronteras (recordemos el Levante) está desmoronándose el Occidente mientras que el Oriente se fortalece. En el reloj de la humanidad los imperios duran segundos. El león de la Pérfida Albión se convirtió en un perrito pequinés con melena; y al águila calva gringa pronto la veremos desplumada en el rostizador de Xi y, Rusia, seguirá siendo siempre dama nunca novia. Todos serán movimientos de fronteras y economías del rompecabezas mundial. Cientos de millones de dólares americanos escupen las imprentas de EU al día sin sustento alguno, las Afores mexicanas pronto quebrarán y los Cetes tronarán el día menos pensado; ahora, yo les recomendaría invertir en el petroyuán, la moneda del futuro.
¿Y sobre la posibilidad de una guerra? un amigo sabio me recordó la frase de Einstein en el sentido de que una Tercera Guerra Mundial decaería en una Cuarta, con palos y piedras; o con una quijada de burro, si es que quedó alguno.
Ya me estaba norteando. Regreso a ese punto que nos enseñaron en la escuela y que está arriba del globo terráqueo. Aunque, astronómicamente, vista desde fuera la Tierra, no existe un arriba o abajo en el espacio.
Se ha sabido que la primera versión de un mapa de que se tiene constancia data de hace unos 14,000 años y fue pintado en la pared de una cueva; en esa carta, el norte no existía. Fueron muchos siglos los que pasaron para que al arriba le dieran la ubicación que conocemos.
Recordemos que las primeras brújulas –chinas, off course- no marcaban a la región Boreal, sino al sur; mientras que los egipcios consideraron el Techo del Mundo al Este, pues era el espacio donde salía el Sol cada mañana. Los primeros cristianos señalaban el Cielo también al Este, pues ahí estaba el Edén. En el caso de los musulmanes, sus mapas preferían el sur porque hacia allá –La Meca- dirigían sus rezos. Para los Inuit (esquimales) el norte del norte es el “Gran clavo del mundo” pues es el único lugar del planeta donde todas las direcciones apuntan al sur.
Los marinos usamos como brújulas la Estrella Polar en el norte y la Cruz del Sur, abajo.
La primera vez que visité Ushuaia, (lo he hecho ya en cuatro ocasiones) la Isla del Fin del Mundo, en la Antártica (Polo Sur) pensé que caminaría de cabeza, como la foto que ilustra esta reflexión. El cielo, las constelaciones, las veía desde otra perspectiva. Con todo y todo, me olvidé de mi preocupación de caer al espacio.