El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Sumisión
Me tomé –como lo hizo alguna vez el Creador- un Shabath. Visité algunas ciudades canadienses en las que la limpieza, orden y la ausencia de policías y patrullas por las calles me sorprendieron. Aproveché la oportunidad para visitar la Basílica de Sainte-Anne-de-Baupré a quien encomendé mis cuatro aneurismas inoperables y el virus de Chikunguya que no se quiere salir. Por lo demás –le dije- estoy bastante sano.
El recorrido me permitió leer la novela Sumisión, de Michael Houellebeecq, (272 pp) y que trata del ascenso del islam a la presidencia de Francia en el 2022 y la hipotética próxima adhesión de otros países a la Hermandad Musulmana europea.
El creciente distanciamiento, ya abismal, entre la población y quienes hablaban en su nombre, políticos y periodistas, condujo necesariamente a algo caótico, violento e imprevisible. Lo anterior funde la política-ficción de la novela en un final esperado.
La obra dedica la mayor parte a reseñar la vida sexual y académica del protagónico en La Sorbona y tangencialmente el problema central. Creo que hubo desperdició de un tema tan actual como esperado.
Tuve pláticas con algunos canadienses que, entre enfadados y resentidos, ven cómo avanza el islamismo en su país, hasta hace poco tan ordenado.
Algunas opiniones de académicos y funcionarios de turismo, que obviamente fueron sottovoce y que no quieren ser identificados, me indicaron que la llegada de refugiados musulmanes en oleadas de 25,000 cada una los tiene sorprendidos.
Llegan y no son enviados a campos de refugiados en casas de campaña, lo hacen a condominios construidos para ellos; reciben una cantidad de dinero respetable de bienvenida y mensualmente otra por cada hijo que traen o nace en Canadá.
Me contaron que cuando una jueza entregó a una familia su carnet de inmigrante, la mujer se negó a descubrirse el rostro. Ante la insistencia de la funcionaria canadiense la musulmana demandó su derecho a taparse la cara; y ¿quién creen que ganó? En los hospitales, las operaciones quirúrgicas son realizadas sólo por mujeres y la paciente, ni ahí, se le quita el velo del rostro.
En las escuelas públicas se han creado salones especiales para ellos por aquello del rezo y las albercas públicas, por ley, tienen un horario especial. (NYT publicó la preocupación de la comunidad por un proyecto para que también Nueva York tenga un horario legal para los musulmanes en las albercas públicas, como en Toronto)
En los almacenes (y también en los centros laborales) debe haber un porcentaje de mujeres musulmanas que atiendan a sus correligionarias pues éstas no pueden ser tocadas por infieles. Algunas de ellas se niegan a aprender el inglés o francés, idiomas oficiales; y zonas antes seguras ya no lo son. Su prepotencia ante los ciudadanos que les han dado acogida es increíble, sobretodo porque han encontrado el camino de la demanda por lo que consideren discriminación y no se diga si algunos chicos malos se expresaran sobre las muchachas como inflatable doll, por aquello de la ablación, porque el castigo de cárcel y económica es muy dura.
Me faltó tiempo para comprobar lo anterior, que, de ser así, es sólo la punta del iceberg.
Lo que me preocupa, en lo personal, es que cuando llegue Trump a la presidencia de los EEUU pudiera ordenar a nuestro gobierno que reciba a cientos de miles de musulmanes que serán expulsados por no integrarse a la cultura occidental.
Entonces sí: Que el Profeta nos coja confesados.