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CIUDAD DE MÉXICO, 1 de mayo (Quadratín México).- En el marco de los festejos del Día del Trabajo, la Conferencia del Episcopado Mexicano señaló que toda actividad humana es trabajo, el cual constituye una dimensión fundamental del ser humano. “Con su trabajo, sea físico o intelectual, los hombres y mujeres se procuran el sustento, se desarrollan a sí mismos y contribuyen al progreso”.
El Episcopado manifestó que no hay trabajo lícito que no sea digno. Sin embargo, lamentablemente a veces esto se olvida y se hace del ser humano un simple instrumento de producción y de consumo, degradándolo y explotándolo. Por eso resultan laudables los esfuerzos que la humanidad realiza en la defensa de los derechos humanos y laborales. Pero todavía queda mucho por hacer. Una ayuda muy útil la ofrece la Doctrina Social de la Iglesia que, en sus diversos documentos, exhorta a tomar conciencia de la primacía de la persona sobre las cosas.
Esta Doctrina, señala, recuerda a los patrones y empresarios su compromiso de generar riqueza, siempre de manera lícita, así como la responsabilidad que tienen de procurar que el trabajo se haga en condiciones de respeto, seguridad e higiene; de ofrecer a los trabajadores una adecuada capacitación, de pagar una digna y justa remuneración, especialmente a las mujeres madres de familia y a los empleados con capacidades distintas; y hace hincapié en su responsabilidad frente a la sociedad.
Manifestó que a los trabajadores y trabajadoras les hace ver que les corresponde realizarse y contribuir al bien de su empresa y de la sociedad, haciendo bien su trabajo, con responsabilidad, espíritu de servicio y calidad, observando las normas de seguridad e higiene, poniendo de su parte para que el ambiente de trabajo sea favorable a todos, capacitándose adecuadamente y procurando administrar responsablemente su tiempo laboral, los instrumentos de trabajo y su propio salario.
En su mensaje, señala que a los sindicatos, que son un derecho de los trabajadores y trabajadoras, les recuerda que constituyen un elemento indispensable en la vida social en la búsqueda solidaria de la justicia, pero no en la lucha contra los demás.
Estas orientaciones nos dan luces para que cada uno, según el ámbito de su competencia, pueda “aterrizarlas” en actitudes muy concretas. El trabajo es una dimensión fundamental del ser humano. Por eso todos debemos esforzarnos para que a nadie falte un trabajo digno y justamente valorado y remunerado.
Agrega que a pesar de la fatiga que supone, el trabajo permite al hombre y a la mujer participar en la obra del Creador, como enseña el libro del Génesis (cfr. 1, 28). Por eso, san Ambrosio afirmaba: “Cada trabajador es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien” (De obitu Valentiniani consolatio, 62).
“Efectivamente, el propio Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros, trabajó la mayor parte de su vida, mostrándonos así la grandeza del trabajo, el cual, si es hecho valorando la creación y buscando el verdadero bien, además de contribuir al progreso terreno, va desarrollando el Reino de Dios, como lo recordaba el beato Juan Pablo II en su Encíclica Laborem Exercens”.
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