Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
Qué hubieran hecho ustedes.
¿Qué hubieran hecho ustedes?, preguntó ufano don mandamás al pueblo de México, ante el aumento a las gasolinas. La mayoría respondió en el acto: “Cambiar de autoridades”.
Con el de los pinos por delante.
Después de esta simple anécdota regresemos a otra historia de México.
La charla del médico Fernando Calderón Ramírez de Aguilar, siempre es amena y elocuente. Y por lo mismo, con su anuencia, la comparto con entusiasmo.
Habla de Los Mártires de Tacubaya, a los que los sucesivos gobiernos de México, civiles y militares han olvidado. El, don Fernando, en nuestro diálogo, amén de recordarlos los enaltece.
Y dedica esta historia a los entonces médicos, practicantes de medicina, enfermeras, civiles y militares que, por cumplir valientemente con su deber, el 11 de abril de 1859 fueron objeto de la cobardía de Leonardo Márquez. Un sujeto engreído, fantoche, irresponsable y vil asesino perteneciente al bando conservador en la Guerra de Reforma que llevó a la muerte a unos fusilándolos y a otros asesinándolos. Que en rigor, es lo mismo. Como hoy sucede.
Nace la plática para recordarlos y enaltecerlos, ya que, aunque existe una plaza en su memoria, en calle 11 de abril, Tacubaya, hasta la fecha han sido olvidados por las autoridades para conmemorarlos y enaltecerlos año con año.
Nos platica que como estudiante, en 1959 recibió una invitación del doctor Raúl Fournier Villada, Director de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, para asistir a una ceremonia conmemorativa de los cien años del suceso que nos ocupa. Ni idea tenía de lo que se trataba, pero le nació la voluntad de asistir.
Quizá fue por una intuición, ya que siempre le ha gustado leer sobre la historia de nuestra patria. México. Ahí fue donde conoció los sucesos y aprendió la historia que les nos relata. Y reproducimos, íntegro, en este escrito.
“Nuestro país, siempre sumido en guerras intestinas y en luchas fratricidas despiadadas por el poder, en 1858 se encontraba convulsionado por la Guerra de Reforma en la que luchaban ferozmente los conservadores contra los liberales, comandados éstos por don Benito Juárez García, el cual se encontraba sitiado en la ciudad de Veracruz.
Comandado por el joven Macabeo, como burlescamente se le conocía al general Miguel Miramón, el ejército conservador tenía sólo dos opciones para terminar la guerra: la primera abandonar la ciudad de México y ganar Veracruz, y la segunda tomar la ciudad de Veracruz y perder la ciudad de México.
Sucedió un hecho fortuito que ayudó al ejército liberal: El general Miguel María de Echeagaray, enviado del presidente conservador Félix María Zuloaga a Veracruz para combatir a Juárez, proclamó de forma independiente el Plan de Navidad. Buscaba lograr una situación intermedia que trajera la paz a la República.
El 22 de diciembre se declaró a la capital en estado de sitio. De nada sirvió porque la guarnición de la ciudad, encabezada por el general Manuel Robles Pezuela se pronunció por el plan de Echeagaray. Fue secundado en Tlalpan por el coronel Rafael Gual y en la Acordada por el general Tapia.
Ese mismo día Zuloaga se retiraba de su cargo. Dejó la situación en manos de Robles Pezuela. Luego de una junta de notables que designó al Joven Macabeo como presidente y a Robles Pezuela como vicepresidente.
Las victorias y las derrotas se sucedían unas a otras y aunque el plan de Echeagaray era simplemente conciliatorio, don Benito Juárez se sintió liberado de la amenaza inminente de un ataque de los conservadores, dado que el general enviado para se había rebelado contra el presidente conservador, a pesar de que la designación de Miguel Miramón desconoció el plan de Echeagaray.
Santos Degollado, el héroe de las derrotas, que era el mote con el que se le conocía, defendía la capital por parte de los liberales y esperaba refuerzos de los generales Caamaño y Villalba. Mientras que los conservadores esperaban refuerzos del general Márquez quien llegó con cinco mil hombres, 28 piezas de artillería. Santos Degollado perdió la capital, pero ganó Veracruz
El 11 de abril de 1859 se vio avanzar a los conservadores por las lomas de atrás de la Hacienda de los Morales para atacar los lugares más sobresalientes de Tacubaya, que eran el Molino de Valdés y el Arzobispado. A las seis de la mañana, la gente de la capital subía a las azoteas y campanarios para observar los acontecimientos.
Faltaban cinco minutos para las siete cuando cinco o siete piezas de artillería rompieron el silencio con un fuego nutridísimo contra el Arzobispado y el Molino de Valdés. Los liberales contestaban con la misma furia.
Una parte de las fuerzas conservadoras avanzó hacia el Arzobispado y otra hacia el Bosque de Chapultepec. Atacaron ambas partes desde las 7:30 hasta las diez de la mañana.
Los dragones de Márquez atacaron la casamata y ahí se vio un estallido de la pólvora de los liberales.
A las diez de la mañana llegó el presidente conservador Miramón cuya presencia fue anunciada por repiques de campanas y 21 cañonazos. Casi al mismo tiempo entraba triunfante a Tacubaya el feroz Márquez, mientras que las fuerzas militares constitucionalistas huían de la capital. Aquí pudo haber terminado este episodio, pero a la feroz batalla, siguió la embriaguez del triunfo y la gran crueldad del vencedor. Los defensores habían instalado un hospital de sangre en el convento de San Diego. Ahí se encontraban los heridos y parte de los prisioneros.
Después de la batalla, Miramón expidió una orden a Márquez, recién ascendido a general de división:
“General en Jefe del Ejército Nacional
Exmo. Señor, en la misma tarde de hoy, y bajo la más estrecha responsabilidad de S.E., mandará sean pasados por las armas todos los prisioneros de la clase de oficiales, dándome parte del número de los que les haya cabido esta suerte.
Dios y Ley”
Esta nota estaba escrita en papel que ostentaba las iniciales de su flamante esposa, pues Miramón estaba recién casado con una señorita Lombardo. Dicha orden que significaba la muerte de varios militares, no podía ni debía ser tomada con displicencia Era preciso obedecerla. Ser acatada al pie de la letra, pero no fue así. Los presos se concentraron en el Palacio del Arzobispado. Entre ellos se encontraban no sólo militares sino también médicos, practicantes de medicina. Y personas que nada tuvieron que ver con la defensa de Tacubaya.
Podemos concluir que Márquez recibió la orden el mismo día que había logrado una sonada victoria. Cometió una gran desobediencia ya que pasó por alto la orden, la cual fue ejercida por un oficial de tercera categoría. La matanza principió con el general Marcial Lazcano al cual mataron cuando protestaba contra el asesinato.
Siguieron los veteranos de la guerra del 47, tenientes coroneles Genaro Villagrán y José María Arteaga, escribano éste que no estaba en servicio militar activo.
Después fue asesinado el jefe del cuerpo médico militar. Cuando sacaron a las primeras víctimas todos creyeron que era para formarles consejo de guerra. Lo conducente, pero no tardaron en escucharse las descargas que segaron las vidas de quienes se habían adelantado unos cuantos minutos en el sacrificio.
Continuó la matanza y poco a poco fueron cayendo los inocentes, incluso sin nacionalidad mexicana. También fue muerto otro médico, Ildefonso Portugal, primo del general Severo del Castillo, ministro de guerra del Joven Macabeo. La ejecución continuó con el joven poeta veracruzano Juan Díaz Covarrubias quien a pesar de sus escasos 19 años había producido varias obras literarias y deseaba despedirse de su joven y bella novia Carolina Baz, así como tener el auxilio espiritual de un sacerdote.
Repartió sus bienes materiales entre los soldados y cuando se dio la orden de disparar, el batallón se negó y fueron necesarias tres órdenes para que el pelotón disparara y sólo dos soldados dispararon. Cayó sobre los cadáveres y como aun daba muestra de vida lo mataron a culatazos. Así termino su existencia este joven maravilloso que prometía ser una de las glorias de las letras mexicanas. También tocó la misma suerte al joven Manuel Mateos, hermano del escritor Juan A. Mateos, autor de relatos históricos muy interesantes. Quien se encargó de escribir la versión sobre esta matanza en su novela histórica Memorias de un guerrillero.
Entrada la noche las ejecuciones se suspendieron. Quedaron 53 cadáveres insepultos en un hacinamiento a la intemperie con la fría caricia de una llovizna pertinaz que se mezclaba con la sangre aun fresca de las heridas.
(Los cuerpos de los sacrificados yacen en el solitario panteón de la ermita de San Pedro Mártir, hoy jardín de los mártires, a la sombra de altos árboles y frente a la loma de Tacubaya).
El mismo día 12 entraba triunfante el nuevo general de división Leonardo Márquez en un recorrido por la ciudad, cuando ya se comentaba, boca en boca, la matanza de Tacubaya. Pronto apareció una publicación de protesta con toda energía por la injusta matanza. Daba a conocer los detalles de los hechos y con frases candentes lanzaba las más violentas maldiciones contra los autores de tan incalificable crimen. Don Melchor Ocampo informó a los gobernadores en estos términos:
“En la misma noche, unos fueron pasados por las armas sin ninguna formalidad legal, otros fría y cobardemente fueron asesinados en el Hospital y en sus propias camas, y los cirujanos, fueron arrebatados del ejercicio de su ciencia y horrorosamente decapitados – más de cien personas quedaron sacrificadas, y entre ellos varios jóvenes de muy tierna edad”.
En tanto, el presidente conservador Miramón decía:
“Quiero hablar a V. de Tacubaya. Tal vez será V. Una orden mía para fusilar; pero esto era a los oficiales míos y nunca a los médicos y mucho menos a los paisanos. En este momento que me dispongo a comparecer delante de Dios hago a V. esta declaración”.
Cuando Miramón murió, Márquez hipócritamente se disculpaba y mentía. La vieja Tacubaya, lugar de gente pudiente, de casas con inmensos jardines, llena de árboles esplendorosos y mágicas flores, parece guardar su dolor en secreto. Ahí quedó grabado para siempre el nombre del malvado Leonardo Márquez, como el del Tigre de Tacubaya.
Una admonición a las fuerzas armadas del país, como el gobierno federal, para que no olviden el 11 de abril, que ya se avecina. Y un recuerdo, de esta fecha, a las víctimas de la crueldad, que ahora, en estos días, se presenta en toda nuestra Patria.
craveloygalindo@gmail.