Mujeres mexicanas memorables (6)
Jesús Silva Herzog fue un ciudadano mexicano justo. Honesto. Decente que enalteció al gobierno. Hoy nos pesa su fallecimiento. CRG
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Ya nos pasó a nosotros. Que no te pase lo que a mi amigo Francisco. Un mortal, no el Santo Padre, mi amigo también.
Resulta que Pancho, oculto su apellido, se encontraba bien de salud, hasta que un día su mujer, a instancias de una amiga, le planteó:
Amor, ya vas a cumplir 80 años, es tiempo de que te hagas una revisión médica.
¿Y para qué? si me siento muy bien.
Por prevención, ahora cuando todavía te sientes joven-, contestó su esposa.
Así que Pancho fue a consultar al médico, quien con buen criterio, le mandó hacer exámenes y análisis de todo.
A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar.
Entonces le recetó Atorvastatina en grageas para el colesterol, Losartán para la hipertensión, Metformina para prevenir la diabetes y Loratadina para la alergia.
Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó Omeprazol y Diurético para evitar edemas.
Pancho, fue a la farmacia y se gastó en medicamentos una parte importante de su jubilación.
Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia, las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón, iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico…
Éste, luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas, lo notó un poco tenso y algo contracturado, por lo que le agregó Alprazolam y Sucedal para dormir.
Pancho, en lugar de estar mejor, cada día estaba peor.
Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina y casi no salía de su casa, porque no pasaba momento en que no tuviera que tomar alguna pastilla.
Con tan mala suerte que a los pocos días Pancho se resfrió y su mujer lo hizo acostar, pero esta vez, además del té de menta con canela, limón y miel, llamó al médico.
Éste le dijo que no era nada, pero por prevención le recetó Tabsín cada 12 hrs y Sanigrip con Efedrina.
Como empezó con taquicardia, el doctor le agregó Atenolol y un antibiótico, Amoxicilina de 1 gr. cada 12 horas por 10 días. Al cabo le salieron hongos y herpes y entonces le agregó Fluconazol con Zovirax.
Para colmo, Pancho se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se enteró de las contraindicaciones, las advertencias, las precauciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones médicas.
Todo lo que leía eran cosas terribles. No sólo podía morir, sino que además podía tener arritmias ventriculares, úlceras,
sangrado anormal, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos abdominales, alteraciones mentales y una lista larga de más cosas espantosas.
Asustadísimo, Pancho llamó al médico, quien al oírlo trató de tranquilizarlo asegurándole que no tenía que hacer caso de esa información que los laboratorios ponen nomás por poner.
“Tranquilo, Don Pancho”, -no se alarme- le dijo el médico, mientras le hacía una nueva receta con Rivotril, un antidepresivo, más Sertralina de 100 mgs. Y como le habían empezado a doler las articulaciones le añadió Diclofenaco.
Por ese tiempo, cada vez que Pancho cobraba la jubilación, más de la mitad se le iba a la farmacia.
Tan mal se había puesto, que un día, haciéndole caso a los prospecto de los remedios, se murió.
Al entierro fueron todos, pero el que más lloraba era el farmacéutico.
}Aún hoy, su esposa afirma que menos mal que lo mandó al médico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes.
Ah, sí Pancho simplemente hubiese comido conejo, pollo sin piel, lechugas, aceite de oliva, frutas, verduras de todos colores, sal en grano, nada de azúcar, un whisky, a las 13 horas, una copita de vino tinto y treinta minutos diarios de caminar, como lo hacía antes, todavía estaría vivito.