Visión financiera/Georgina Howard
Mira tus manos.
Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera. Recordamos a mi padre: Sentado, en la banca del patio, no se movía. Solo cabizbajo miraba sus manos. Cuando me senté a su lado, no se dio por enterado, y entre más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien.
Finalmente, no quería realmente estorbarle, sino verificar su estado. Le pregunté cómo se sentía. Levantó su cabeza, me miró y sonrió. “Estoy bien, gracias por preguntar”, dijo con una fuerte y clara voz.
“No quise molestarte, papá, pero estabas sentado aquí. Simplemente mirabas tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien”, le expliqué.
El me preguntó: “¿Te has mirado alguna vez tus manos? Quiero decir, ¿realmente te has mirado tus manos?”
Lentamente solté mis manos de las de don Guillermo. Las abrí y me quedé contemplándolas. Las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia abajo.
No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba averiguar qué quería decirme.
El sonrió y me contó esta historia:
“Detente y piensa por un momento acerca de tus manos. Cómo te han servido a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles, han sido las herramientas que he usado desde que nací, para alcanzar, agarrar y abrazar la vida”.
“Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo”.
“Cuando niño, mi madre Jovita me enseñó a plegarlas en oración.
“Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Pero siempre limpias.
“Mis manos se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo. Me ayudó María Teresa, tu madre.
“Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy especial. A ella.nada más.
“Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y cuando caminé por el pasillo con mi última hija en su boda. Marinita.
“Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello, cuando lo tuve, y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.
“Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí, trabajan bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme y siguen plegadas para orar.
“Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida.
“Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a su presencia”.
Desde entonces, nunca he podido ver mis manos de la misma manera. Pero recuerdo cuando Dios tomó las suyas y lo llevó a su presencia. Con él ya está su compañera. Y algunos hijos e hijas politicas. Entre ellas, mi esposa Bety.
Cada vez que voy a usar mis manos pienso en mi padre: de veras que nuestras manos son una bendición. Hoy me pregunto: ¿Qué hago con mis manos? ¿Las uso para abrazar y expresar cariño o para expresar ira y rechazo hacia los demás?
Demos gracias por nuestras manos.
Sólo aquellos que no las tienen saben el valor que ellas representan en nuestra vida. Gracias señor por mis manos y las de mi familia y amigos. [email protected]