Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
No saben ponerse de acuerdo
A doña Carmen Aurrecoechea, al agradecer sus consejos que, por supuesto compartimos. Sobre todo, cuando en ambas cámaras priva la desorganización. Aun cuando arguyen que así es la democracia.
Antes de entrar en materia permítaseme una anécdota contada por el genial Francisco Liguori:
“Asistíamos a una cantina del centro el licenciado Mariano Azuela Rivera, el hijo del escritor de novela Los de Abajo. Pancho Liguori, el que escribe y dos amigos más. Un día, sin más, hicieron ministro a Azuela Rivera, (como al tiempo a su hijo del mismo nombre, pero Rivera Güitrón). Y dejó de asistir al bar.
Le preguntamos en su oficina: “oye Mariano, porque ya no nos acompañas a la cantina”. Respondió:
“Por respeto a la Corte”.
Al poco tiempo, lo hicieron senador. Y volvió a ausentarse de la taberna.
Nuevamente en la Cámara alta volvimos a inquirir:
“Y ahora, Mariano, cuál es la causa de tu ausencia”.
Sereno, tranquilo y muy digno afirmó:
“Por respeto, a la cantina…”
Después de esta confesión, usemos un sarcasmo para hablar de nuestros tres poderes:
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo dando golpes.
Este aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo. Porque dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo lo admitió también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre media a los demás, como si fuera el único perfecto.
En eso entró el carpintero, e interrumpió la asamblea. Se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.
Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo juego de ajedrez.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación.
Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
«Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos».
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y prometieron trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Promesas rotas y ofrecimientos que no se hacen. Tenemos dos ejemplos tangibles Observen y lo comprobarán: “que no subirá la gasolina. Que no subirá la luz eléctrica. Se los prometo y se los firmo. Como aquello también de que “defenderé el peso como un perro”. Sólo quedó el ladrido.
Cuando en una institución, pública o privada, como hoy sucede, el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa.
En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos.
Es fácil encontrar defectos. Cualquier tonto puede hacerlo. Tenemos seiscientos veintiocho ejemplos. Y uno más a punto de irse.
Encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.
Lástima que no hay uno sólo en el “supremo” gobierno. Y todos están en contra de todos. Por eso la goliza del 7 cero en junio pasado.
Y viene otro encuentro el año entrante. Veamos si no repite tres cero.
Y en el dieciocho. Con tanto candidato, incluida la cómplice del que mató a ciento veinte mil mexicanos en su guerra, Ya mejor ni hablar. Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen.
Nosotros tampoco, para qué presumir.