Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido/Felipe de J. Monroy
En espera del tren
Todos los días conocemos las noticias más cruentas y contemplamos imágenes de destrucción en masa. Asesinatos. Muerte de víctimas inocentes, pero seguimos despreocupadamente nuestra vida.
Nos parece que esas cosas siempre pasan a otros. Deseamos que desaparezcan el hambre y la miseria en el mundo, solo para que no nos molesten demasiado.
Deseamos que nadie sufra junto a nosotros, porque no queremos ver amenazada nuestra pequeña felicidad. Eludimos el sufrimiento. Anestesiamos nuestro corazón ante el dolor ajeno y permanecemos distantes de todo lo que puede turbar nuestra paz.
Y sin importarnos salimos felices y serenos a votar para designar a quienes seguirán con las falsas promesas de costumbre: Corregir lo malo. Vaya, con el engaño de costumbre, al que ya estamos habituados. Como las medicinas: de patente, genéricas y similares. Casi iguales, pero de menor precio y calidad. Como hoy vemos.
Esta actitud nos convierte en cómplices de la maldad. De la mentira. Del engaño en que nos han sometido, no solo las autoridades, a las que hay que mentirles, para que no tomen revancha.
Como en el cuento del tren, que a continuación nos ilustra en ambos casos.
Con toda intención lo platicamos.
Una mujer va a una mueblería a comprar un armario. Para que le saliera más barato lo adquiere desarmado, esos que vienen con instrucciones para armar en casa.
Llega a su hogar, lo arma y le queda perfecto. Unos momentos después pasa el tren (vive justo arriba de la estación) y el armario cae desarmado sobre el suelo. Provoca un gran estruendo.
Lo vuelve a armar, vuelve a pasar rápidamente el tren y el armario se cae en pedazos de nuevo. Tras el tercer intento, muy enojada, llama a la mueblería, explica el problema y le dicen que le enviarán un técnico para que vea cuál es el problema.
Llega el hombre, arma el armario, y en pocos segundos queda listo. Pasa el tren y ¡Brruuuuummmmm!, el armario cae nuevamente al suelo.
Finalmente, el técnico le dice a la señora: – Mire, lo armaré otra vez. Me meteré dentro y cuando pase el tren, desde el interior, veré mejor cuál es el problema.
Lo arma, se mete dentro y en aquel momento llega el marido de la mujer:
— Cariño, ¡qué armario tan bonito! –, le dice.
Abre la puerta, ve al instalador, y le dice:
— Y usted, ¿qué hace aquí? —
— ¡Pues mire, le voy a decir que he venido a acostarme con su mujer, porque si le digo que estoy acá en espera a que pase el tren no me lo va a creer!
Nunca se cree la verdad. Ya nos acostumbraron.