Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Pero qué necesidad
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Al asumir el cargo de canciller, hace algunos meses. Dijo “Llego a aprender”. Muchos le creímos. Y otros le aplaudieron. Pero, los hechos hablan. No avanza. Retrocede. Su injerencia en Venezuela choca con tesis mexicanas. Dignas. Nobles y de honor.
Y la autodeterminación de los pueblo. Qué Genaro Estrada, secretario del ramo del cinco de febrero de 1930 al 20 de septiembre de 1932, con el presidente Pascual Ortiz Rubio, dejó su doctrina Estrada, vigente aún. Establece: “México no calificará, ni precipitadamente o a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras, para aceptar, mantener o substituir a sus gobiernos o autoridades”.
Seguramente tampoco ha leído nunca a don Benito Juárez. Ni mucho menos su apotegma que ilustra el frontispicio del congreso de la Unión, en grandes letras. Y el salón de plenos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “Entre los individuos como entre las naciones, el derecho ajeno es la paz”. Seguro recuerda la frase familiar: “Come camote. No te de pena. Cuida tu casa y deja la ajena”. Pero hace como si le hablara la Virgen.
Y otra más sencilla: “Ve la paja en el ojo ajeno. Y no la viga en el propio” Claro nos referimos a la crítica al gobierno de Venezuela. A su intervención, y fracaso, en la Organización de los estados Americanos. Y a la respuesta de su par venezolana, que lo reta a intercambiar puntos de vista. “De qué hablas. Si tu casa está peor que la nuestra”. Por ello nuestra pregunta:¿Lo hizo “motu proprio” y a espaldas de quien aún vive en los pinos? O con su bendición. Bastante tenemos con la riña del Werito. Y va por más. Increíble. Mejor dicho inconcebible.
Pero qué necesidad.
La esperanza, no olvidamos, es soñar despierto. Y en ese camino, te invitamos mejor a leer otro poema de Federico García Lorca.
Muerto de Amor
Qué es aquello que reluce por los altos corredores. Cierra la puerta, hijo mío, acaban de dar las once. En mis ojos, sin querer, relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella estará fregando el cobre. Ajo de agónica plata la luna menguante, pone cabelleras amarillas a las amarillas torres.
La noche llama temblando al cristal de los balcones, perseguida por los mil perros que no la conocen, y un olor de vino y ámbar viene de los corredores. Brisas de caña mojada y rumor de viejas voces, resonaban por el arco roto de la media noche. Bueyes y rosas dormían. Sólo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombres, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones. Madre, cuando yo me muera, que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones. Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores. Sólo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos tocaban acordeones. Madre, cuando yo me muera, que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte. Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones. Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde. Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores”.
Bello, en verdad.