Escenario político
Antonio Machado
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Con afecto inmodificable al colega periodista y senador Marco Antonio Blásquez, cuyo lema no deja dudas de su entusiasmo en la comisión que preside en la Cámara Alta, con esta frase: “Reporteros en riesgo mientras haya gobierno simulador”.
Trabajamos juntos en El Universal de nuestro amigo Juan Francisco Ealy Ortiz.
Pagar es corresponder. Cumplo. Ufano.
Antonio Machado nace en Sevilla, 1875 y muere en Colliure, Francia, en 1939. Poeta español. Aunque influido por el modernismo y el simbolismo, su obra es expresión lírica del ideario de la Generación del 98.
Hijo del folclorista Antonio Machado y Álvarez y hermano menor del también poeta Manuel Machado, pasó su infancia en Sevilla y en 1883 se instaló con su familia en Madrid. Se formó en la Institución Libre de Enseñanza y en otros institutos madrileños.
En 1899, durante un primer viaje a París, trabajó en la editorial Garnier, y posteriormente regresó a la capital francesa, donde entabló amistad con Rubén Darío. De vuelta a España frecuentó los ambientes literarios, donde conoció a José Ramón Jiménez, del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno.
En 1907 obtuvo la cátedra de francés en el instituto de Soria, cuidad en la que dos años después contrajo matrimonio con Leonor Izquierdo.
En 1910 le fue concedida una pensión para estudiar filología en París durante un año, estancia que aprovechó para asistir a los cursos de filosofía de H. Bergson y Bédier en el College de France.
Tras la muerte de su esposa, en 1912, pasó al instituto de Baeza.
Doctorado en filosofía y letras (1918), desempeñó su cátedra en Segovia y en 1928 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
Al comenzar la Guerra Civil se encontraba en Madrid, desde donde se trasladó con su madre y otros familiares al pueblo valenciano de Rocafort y luego a Barcelona. En enero de 1939 emprendió camino al exilio, pero la muerte lo sorprendió en el pueblecito francés de Colliure.
A un viejo y distinguido señor
Te he visto, por el parque ceniciento que los poetas aman para llorar, como una noble sombra vagar, envuelto en tu levita larga. El talante cortés, ha tantos años compuesto de una fiesta en la antesala. ¡Qué bien tus pobres huesos ceremoniosos guardan!
Yo te he visto, aspirando distraído, con el aliento que la tierra exhala hoy, tibia tarde en que las mustias hojas, húmedo viento arranca, del eucalipto verde el frescor de las hojas perfumadas.
Y te he visto llevar la seca mano a la perla que brilla en tu corbata.
A orillas del Duero
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar mi frente y dar algún respiro al pecho jadeante. O bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante y hacia la mano diestra vencido y apoyado en un bastón, a guisa de pastoril cayado, trepaba por los cerros que habitan las rapaces aves de altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor a romero, tomillo, salvia, espliego.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del cielo. Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra ¿harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?, las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para formar la corva ballesta de un arquero en torno a Soria. ¿Soria es una barbacana, hacia Aragón, que tiene la torre castellana?
Veía el horizonte cerrado por colinas oscuras, coronadas de robles y de encinas; desnudos peñascales, algún humilde prado donde el merino pace y el toro, arrodillado sobre la hierba, rumia; las márgenes de río lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y, silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos! carros, jinetes y arrieros, cruzar el largo puente, y bajo las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla. ¡Oh, tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van, abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! Castilla miserable, ayer, dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. Pasó sobre sus campos aún el fantasma yerto de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes, madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día, cuando Mío Cid Rodrigo el de Vivar volvía, ufano de su nueva fortuna, y su opulencia, a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, pedía la conquista de los inmensos ríos indianos a la corte, la madre de soldados, guerreros y adalides que han de tornar, cargados de plata y oro, a España, en regios galeones, para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento contemplan impasibles el amplio firmamento; y si les llega en sueños, como un rumor distante, clamor de mercaderes de muelles de Levante, no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa? Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora”.
Y aún nos aguardan otros cuya prosa poética. O poesía pura, nos deleitarán. Habrá tiempo. Espero.
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