Visión financiera/Georgina Howard
Para mí, tú eres el mundo
Es cierto, reflexioné: puedes ser una persona para el mundo. Pero para mí, tú eres el mundo. Tengo que decírtelo antes de platicar que ayer leí algo que debemos, como lo anterior, compartirlo.
Así de sencillo. De lo que me ufano. Palabra. Durante la segunda guerra mundial era costumbre en los Estados Unidos que una familia que tuviera un hijo en el Ejército, colocara una estrella plateada en la ventana frontal de su casa.
Así lo hicieron millones.
Pero, además, poner una dorada significaba que había ofrendado la vida por su Patria. Hace mucho, mucho tiempo, en los años cuarenta, del Siglo Veinte, caminaba un hombre con su hijo por las calles de Nueva York. Y, al ver las ventanas llenas de estrellas le preguntó sobre qué era esto. Qué significaba.
Y su padre le explicó que esa familia, en donde estaban las estrellas, plateadas y doradas, había entregado un hijo a su país. Y las colgaban, esas estrellas, como homenaje a sus sacrificios.
Caminaron otro trecho hasta llegar a un predio vacío. Pudieron, sin construcción alguna, observar el cielo iluminado. Pero particularmente una estrella. Que brillaba intensamente en el firmamento.
El jovencito contuvo el aliento. Miró de frente a su papá. Y con esa inocencia de la niñez –recordé a Paolo, mi nieto de 9 años, que vive en Cancún, hijo de Arturo–, le dijo:
“Mira papá, Dios también debió haber dado a su hijo. Hay una estrella colgada en su ventana”.
Emocionado el progenitor, conmovido por la profundidad de la inocencia, respondió:
“Es verdad. Hay una estrella en la ventana de Dios. Te das cuenta lo que hizo por nosotros. Entregar a su hijo por toda la humanidad”.
Ese es el amor. Dar lo mejor, sencillamente.
Qué más podemos agregar ante lo sublime. Nada.