Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Hablarles claro
La mamá tenía muchos problemas. Hasta que puso en práctica algo que la volvió una mujer feliz. Sencillamente hablarles claro. Y Tan Tán.
Es una historia que podemos aplicarla a cualquier familia contemporánea. Se las narramos, ella y yo, sin mayor preámbulo. Y vamos aplicarlo en primera persona. Igual a quienes aparecen en adelante, como a ella. Les diremos: “mi”. Como a ella “mi mamá”
Había ganado peso y perdido pelo. No dormía, se mordía las uñas y los dientes le rechinaban. Era irritable, gruñona y amargada. Siempre estaba enferma, hasta que un día, de pronto, ella cambió.
La situación estaba igual, pero ella era distinta.
Cierto día, mi papa le dijo: Amor, llevo tres meses que busco empleo y no he encontrado nada, voy a tomarme unas cervecitas con los amigos.
Mi mama le contestó: Está bien.
Mi hermano le dijo: Mamá, voy mal en todas las materias de la Universidad.
Mi mama le contestó:- Está bien, ya te recuperarás, y si no lo haces, pues repites el semestre, pero tú pagas la matrícula.
Mi hermana le dijo:- Mamá, choqué el carro.
Mi mama le contestó: – Está bien hija, llévalo al taller, busca cómo pagar y mientras lo arreglan, movilízate en autobús o en el metro.
Su nuera le dijo: Suegra, vengo a pasar unos meses con ustedes.
Mi mama le contestó: Está bien, acomódate en el sillón de la sala y busca unas cobijas en el clóset.
Todos en casa de mi mamá nos reunimos preocupados al ver éstas reacciones.
Sospechábamos que hubiese ido al médico y que le hubieran recetado unas pastillas de *»me importa un carajo de 1000 mg»* Seguramente tomó sobredosis.
Propusimos entonces hacerle una *»intervención»* a mi mamá para alejarla de cualquier posible adicción que tuviera hacia algún medicamento *anti-berrinches*
Pero cuál no fue la sorpresa, cuando todos nos reunimos en torno a ella y mi mamá nos explicó:
*»Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que cada quien es responsable de su vida. Años descubrir que mi angustia. Mi mortificación. Mi depresión. Mi coraje. Mi insomnio. Mi estrés y mis oraciones, no resolvían sus problemas sino que agravaban los míos.*
Yo, no soy responsable de las acciones de los demás, pero sí soy responsable de las reacciones que yo exprese ante.
Por lo tanto, llegué a la conclusión de que mi deber para conmigo misma, es mantener la calma y dejar que cada quien resuelva lo que le corresponde.
He tomado cursos de yoga, de meditación, de milagros, de desarrollo humano, de higiene mental, de vibración y de programación neurolingüística.
En todos ellos, encontré un común denominador: finalmente todos conducen al mismo punto.
Y, es que yo sólo puedo tener injerencia sobre mí misma. Ustedes tienen todos los recursos necesarios para resolver sus propias vidas.
Yo sólo podré darles mi consejo si acaso me lo piden. Y de ustedes depende seguirlo o no.
Así que, de hoy en adelante, yo dejo de ser: el receptáculo de sus responsabilidades. El l costal de sus culpas. La lavandera de sus remordimientos. La abogada de sus faltas. El muro de sus lamentos. La depositaria de sus deberes. Quien resuelve sus problemas ó su llanta de repuesto para cumplir sus responsabilidades.
A partir de ahora, los declaro a todos adultos independientes y autosuficientes.
Todos en casa de mi mamá se quedaron mudos.
Desde ese día la familia comenzó a funcionar mejor. Porque todos, bueno casi, saben exactamente lo que les corresponde hacer.
Pero eso sí. Saben, les quedó que si no trabajan. Pues no comen. Al menos ahí.
Y, finalizaría mi mamá. Háganle como quieran. Y terminaría su filípica, como a veces el colega Octavio García, con una frase, del suscrito: Tan Tán.