
De frente y de perfil
La historia que se repite una y otra vez es desoladora, triste, repugnante. Dos mujeres luchan a muerte por su vida a su modo, por sobrevivir, por “salir adelante”.
No se conocen, pero cada una tiene una historia, mala o buena, pero la tienen y están solas, como muchas mujeres.
Una mata a la otra. Ella, la que muere por dos fracturas de vértebra, cargó a la primera, le aguantó todo el peso que empujó con su rodilla. Ambas observadas por hombres mientras estaban en el suelo, y a lo lejos, por más personas que miraban la escena horrorosa.
Horas más tarde, ya no están solas en un país que seguramente las abandonó. Una ya está muerta pero hoy está su rostro en todas las redes sociales. Miles de mujeres más piden justicia para ella, aunque ya no puede ver la sororidad. La otra pase tal vez 50 años en la cárcel.
Así es como terminan dos vidas más de dos mujeres en México. Una es policía, la que mató por su nula capacitación a Victoria.
Ambas nacidas mujeres, pero a una la han llamado, además, migrante. No es de México, por eso “tiene” que llevar esa identificación: Victoria, la salvadoreña. De la otra no se sabe mucho, si acaso, que un día buscó trabajo como policía en Tulum, una mala policía. ¡Ah!, también es mujer, también debe ser víctima. En México no se le puede llamar de otro modo a una persona que está en el lado de la desigualdad.
En México estas historias tenemos que contárnoslas hacia dentro, para quedarnos con el final triste y este nos desintegre las entrañas.