El presupuesto es un laberinto
La llegada de un miembro de una nueva generación de políticos a la dirigencia nacional del PRI, como lo es Enrique Ochoa, ha generado una serie de cuestionamientos de algunos conspicuos miembros de este partido, identificados más bien con la rancia clase política priista que olvidan que el viejo partido fue echado al basurero de la historia por una tecnocracia que estableció un proyecto de nación que se sometió al Consenso de Washington, a los organismos financieros internacionales y a su participación en un bloque económico de América del Norte (TLC), con los EUA y Canadá.
Este proyecto de nación se incubó desde el gobierno del Presidente Miguel de la Madrid (1982-88), durante el cual se dio la fractura más profunda de la unidad priista que emergió del proyecto de la Revolución Mexicana, se consolidó en los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y de Ernesto Zedillo (1994-2000), que terminó entregando la Presidencia de la República en el año 2000 al Partido Acción Nacional.
La crítica de algunos ex gobernadores y ex dirigentes al relevo de Manlio Fabio Beltrones en la dirigencia priista, se ha centrado por las formas de la selección del PRI del ex director de CFE, identificado con el grupo del secretario de Hacienda, Luis Videgaray y evidentemente del Presidente Peña Nieto, con una importante currícula académica y profesional, pero pobre e inexistente carrera partidaria.
Sin embargo, los actuales críticos del PRI escasamente someten al debate público los elementos que van más allá de una lucha de facciones priistas enmarcadas en la sucesión presidencial del 2018, como son la crisis de un sistema presidencialista generado por el creciente desgaste del capital político del régimen, por su incapacidad de responder a los graves problemas sociales y económicos de la población, a una preocupante escalada en la inseguridad pública, la violencia delictiva y a la galopante corrupción en el ejercicio público y privado.
Empero, una probable crisis interna del PRI, por su renovación de la dirigencia nacional, parece tener de fondo a la incapacidad para satisfacer las expectativas o demandas de algunos de sus miembros o de una facción y se busca transferirla al Estado, provocando una crisis en el sistema político, pues el partido es la esfera de negociación para los consensos y la legitimidad del Estado.
Desafortunadamente, en este juego del poder en México desapareció el intercambio y la negociación, éstas se han vuelto en relaciones de dominio y la crisis de los partidos ha sido desbordada por el poder de los grandes capitales financieros y comerciales nacionales y extranjeros que operan en México.
Los conflictos internos que enfrentan los partidos, casi todos generados en el marco de la próxima sucesión presidencial, esconde un problema más grave, que es la crisis institucional que vive el país y de la cual no escapan sus propios procesos internos. Solo un proceso democrático puede favorecer la participación política y la apertura de espacios de libertad y finalmente el fortalecimiento de los partidos políticos. No hay otro camino viable en el país, por lo menos en el futuro cercano.