Escenario político
Desastre, condominios y la venta de aire
El desastre que acaba de sufrir la Ciudad de México, que pegó fuerte en la propiedad condominial, exige preguntarle al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera, que ha hecho con los millones que produce ese sistema de casas que paga en ocasiones tres tipos de impuesto predial.
Hay en este momento más de 8 mil 500 condominios y alrededor del 20 por ciento está en franco deterioro -sin incluir los daños de los temblores-, pero todos deben pagar puntualmente el impuesto.
El viejo chiste que dice que el que compra un departamento en condominio está comprando aire, no anda muy lejos de la realidad.
Los sismos de septiembre pusieron en evidencia la fragilidad de esas viviendas verticales que se asientan en un terreno breve, las que al ser desalojadas y derruidas exponen el desamparo jurídico en el que se hallarán los llamados copropietarios.
Es verdad que muchos pueden estar asegurados, pero siendo muy bajo ese porcentaje, ni escrituras ni papeleo de ninguna clase, salvarán al presunto dueño de quedar sin casa. Lo más que puede reclamar es un nuevo levantamiento de la construcción, cosa difícil, además de que tendrán que comenzar de cero. Les fue vendida una ilusión.
Las imágenes de los edificios que van a ser derrumbados, demuestran que muchos son de departamentos y lo más probable condominios, que es la actual exigencia. Ya en otra ocasión analizábamos la intención real de estas viviendas comunitarias algunas iniciadas en los años 40, como el Centro Urbano Presidente Miguel Alemán (CUPA), punto de control de los sectores clasemedieros y el sometimiento a una forma de vida que puede redituar políticamente. Por otro lado se mostraba la oreja económica porque en lugar de un propietario dueño de edificios rentables, el gobierno se convertía en beneficiario de miles de ingresos prediales y generador de servicios.
En mucho ha fallado la primera intención con la respuesta organizada de amplios sectores, más ante la agresión de las constructoras, pero también es cierto que un amplio porcentaje creó nuevos problemas habitacionales al generarse la depredación ética del agandalle, uso de áreas comunes, robos de espacio en áreas verdes, morosidad y poca solidaridad, entre otras.
Cualquiera que sea el destino inmediato de los miles de condominios que resultaron afectados, el problema se convierte en algo irresoluble para la gran ciudad, como no sea lo propuesto por algunos urbanistas: el desalojo hacia otros lugares del país.
Las moradas del ser humano no siempre han estado fincadas en ladrillos. Teresa de Jesús, la santa de Ávila, escribió sus siete obras Las Moradas, con una dimensión de ascenso, pero hacia el cielo. Vale la pena recordar en este mes a la gran reformadora que fue la escritora, monja y poeta, a la que la iglesia católica sitúa el 15 de octubre en su calendario, cuando en realidad nació el 25 o el 28 de marzo de 1515.
Murió, eso sí, en este mes, el día 4 para algunos, el 24 para otros de 1582. Hermosa, rica y común en su niñez, cuentan algunos de sus biógrafos que a ella y a su hermano Rodrigo les gustaba mucho la palabra siempre y repetían en sus juegos, siempre, siempre, siempre.
Un cambio brusco la lleva a tomar los hábitos y a partir de allí, se inicia el gran peregrinar de este ser único, intelectual, creativo, que llevó una vida de santidad creando con un espíritu humanístico, conventos, iglesias; instruyendo a cristianos, sobre todo a mujeres, monjas y escribiendo un sin fin de obras, entre las que destaca Las Moradas (Editorial Porrúa S. A. México, 1992, Carabela Editora, España 1970, muchas ediciones de editoriales diversas), iniciadas cuando ya tenía 62 años, serie que terminó en cinco meses.
Su vida se vincula a poetas, escritores, monjes creativos como ella como San Juan de la Cruz y es Fray Luis de León el que puntualiza parte de sus obras. Las Moradas van definiendo paso a paso, de acuerdo al número que se aborda, el ascenso a la perfección.
Se inicia con las almas en bruto para ir adecuando su cauce, lento pero prometedor y así, cada morada se perfecciona hasta llegar a la séptima -donde termina-, para reunirse ya en plena depuración del alma, con la divinidad. Es un libro que no está hecho de aire como las moradas condominiales y es muy leído por los creyentes.
Sin la connotación religiosa, es una invitación a buscar en lo más profundo del ser humano, la bondad, la solidaridad, la entrega hacia los demás, como se vio en los pasados sismos. Vale la pena abordarlo desde la prosa que es donde se le coloca como gran escritora y quizás menos en sus libros de poesía. Pese a ello, les pasaré su famoso verso:
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero