Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Fuera de cierres obligados en sectores de asistencia masiva, el gobierno mexicano no ha impuesto la dureza en esta crisis. A casi un mes de que se levante el confinamiento, no se habla todavía de etapas opcionales para algunos grupos. Y no hay, por otra parte, porcentaje en el país de personas en encierro cuando la situación hace crisis y algunos sectores rebeldes desobedecen medidas. En la CDMX se usa la persuasión y se niega posible aplicación de fuerza. En países como España se anuncia un confinamiento por etapas a partir del 2 mayo, salvo ancianos, aunque en otros como China y Honduras renuevan la etapa de reclusión. Países como El Salvador recrudecen la dureza y el presidente Bukele da vía libre para el exterminio letal de saqueadores. Aquí hay sectores remisos en medios populares y mas abierto se ve en los pueblos chicos. La población en general, cumple y vive su encierro entre la espera, los sueños abandonados y una voluntad que se aferra a lo creativo, a proyectos recuperados y a odios que exacerba la puerta cerrada. A los que les valió y deambulan por las calles y los mercados, su propia reclusión va en sus cuerpos, abiertos solo a la posibilidad de la muerte. Cada quien escoge su propia prisión. Estar en casa es raro para una mayoría, sobre todo en las grandes ciudades donde la gente se desplaza y regresa ya tarde. Ahora, en reclusión, nos hermanamos a los presos, a los frailes de encierro y a los que por su condición no pueden salir.
Muchos creadores vivieron prisioneros en sus mentes y sus cuerpos
Quizá los verdaderos creadores no tienen libertad. En su mente anidan un proyecto y es la parte de su cuerpo que necesitan la que los apoya para realizarlo, la visión, el tacto, el olfato, el cuerpo completo en los grandes bailarines. Lo externo es un complemento superfluo que viene desde lo ajeno. Atrapados en sus enormes cuerpos, G.K. Chesterton y Felismberto Hernández el uruguayo, echaron mano de sus misterios entre la espada y la cruz de aquel insigne inglés y de la música del piano y su literatura, el hombre que pudo haber sido un integrante del Boom. Hay otros que escogieron un entorno para encerrar sus sueños. Casi ciego, la biblioteca fue la cárcel libresca de Jorge Luis Borges. Solitario, en su renuncia a un mundo de oropel, Paul Gauguin se encerró en una isla y Toulouse Lautrec dejó que de su cuerpo deforme, dentro del cual vivía, se moviera la mano colorida para pintar sus cuadros ¿Se habrá recluido el poeta Pablo Neruda en la Isla Negra, para saborear casi en soledad, el sueño de Allende? ¿Sor Juana, en un convento, aceptó la prisión de sus sueños que le impusieron, cuando sus libros fueron quemados?
En soledad, nadie enciende las lamparas escribió el uruguayo Felisberto
En un mundo encerrado, parte del cual empieza a ver la luz aunque prematuramente, hay escritores que surgen del pasado para recordar el encierro que vivieron, sin ellos saberlo. Felisberto Hernández cifró parte de su literatura en encierros, en sitios oscuros y en personajes ciegos. Sufría al ver espejos porque pensaba, y lo escribía, que los ciegos nunca se podrán ver en ellos. Considerado por Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, uno de los grandes de la literatura latinoamericana, Hernández fue uno de esos personajes que ponía el genio en su vida. Pianista que recorrió el país durante años para dar conciertos para sobrevivir, renunció a ellos por la literatura, pero la música fue la expresión permanente de esa literatura. Escribió muchos libros que en los últimos años han sido analizados y reeditados en diferentes idiomas, Relatos para piano, La casa inundada, El balcón, Mosaicos, entre otros. Es una literatura la suya que adolece de lo que los puristas llaman buen lenguaje, lo que según algunos, impidió que haya logrado posicionarse como los grandes del llamado Boom. Hizo del alfabeto su medio para recomponer palabras y darles otro enfoque. Personaje de novela, gordo y llamativo, se casó cuatro veces y su anticomunismo fue castigado; sin saberlo, una de sus mujeres resultó ser espía de la KGB. Aquí, la maestra en letras Azucena Franco de la UNAM, presentó su tesis con la obra de este hombre. Y cuenta como corolario, que su vida culminó de una manera triste: era tan gordo, que a su muerte tuvieron que tumbar la puerta de su casa para sacarlo y en el panteón juntaron dos fosas para que cupiera. El encierro final, fue su liberación.