Contexto
El México bien portado: ¿fin a albures y mentadas?
Un cambio positivo debe ser siempre para bien no para controlar. La censura es un demonio que está agazapado en espera de dar el salto. Si con el pretexto de iniciar una nueva era en nuestras vidas, sepultamos nuestros viejos gracejos, nuestra vida alburera que nació de la picardía subterránea, del precepto judeocristiano que enmudeció los anhelos que el cuerpo demandaba, si exigen callar nuestras palabras proletarias, el cambio está predestinado. Seremos otros, pero en paradoja, no seremos los mismos. La vida de los pueblos se forja del ambiente que vive. Si el México fue callado desde que no era México en nombre, sino una gran nación de creadores a los que el invasor llamó salvajes; si fue sometido entonces a sangre y fuego y obligado a callar en las vicisitudes de la colonia y los demás países que fuimos, no hay que caer en la tentación del embuche, en el cerrar la vida interna, en la alegría que se despliega al exhibir el adjetivo, a dar a los epítetos la felicidad de nuestro desquite, a mentar la madre, pues.
Una mujer que no conozco pero que ganó una senaduría por Morena, –algún mérito debe tener–, les llamó cucarachas fumigadas a unos opositores en un cruce de palabras y ardió Troya. Le dicen lady champaña –¿no les llama la atención que en un ambiente machista y feminicida haya tantas ladys y tan pocos lores?–, con ese dedo censor que suele ponerse en las mujeres, porque al parecer se echaba unos tragos para festejar la victoria y exhibió sus verdades. La censura voló por todo el país. Los ángeles internos que también somos, aletearon sus adminículos. El ladrón que anida en cada quien empezó a gritar ese epíteto y la mujer fue defenestrada. Sus méritos volaron, su vida política quedó expuesta. Los censores se enfocaron a AMLO para obligarlo a castigar, a hacer justicia, al ladrón y la censura cegó –cualquiera que sea su futuro– la vida de una mujer que dejó salir lo que sentía, lo que encubrió por años y años de sometimiento y humillaciones. Una delincuente para la censura enfermiza y convenenciera ¿Iremos por la vida mentando la madre?, desde luego que no. Ese es nuestro atributo, nuestro derecho, nuestra idiosincrasia, algo que es parte de nuestra forma de ser. Pero lo que nos espera es otra cosa, una lucha compleja y portentosa en la que tendremos que lidiar con todo tipo de obstáculos, de miserias. Y no hay que olvidar que a eso, fue a lo que el voto le dio el sí.
Picardía mexicana, ¿resabio del sometimiento o ganas de chingar?
Psicólogos, antropólogos y filósofos como Samuel Ramos Magaña o escritores como Octavio Paz se dieron vuelo penetrando en la psicología del mexicano para delinearlo como un ser único. Vana intención, todos los pueblos en la tierra tienen parecidos caracteres y los expresan de acuerdo a su desarrollo. El ser humano no escapa de su curiosidad por las cuestiones pedestres de su cuerpo y de la vida cotidiana y es como una especie de exhalación de lo que desprecia de su envoltura carnal. Pero lo hace con alegría y humor. El coahuilense Armando Jiménez Farías, dejó la carrera de arquitectura y se encaminó a otras creaciones: organizar durante décadas, el ingenio volcado por el mexicano en todo tipo de arquitectura popular para desahogar sus emociones, sus complejos, sus sentires y su quehacer alevoso y de doble sentido. Caló que aquí se llama albur. En la vida prolija de este investigador, que conformó un clásico de nuestros decires, las famosa Picardía Mexicana (Primera edición 1960, la del centenario 2017 por la editorial RM S. A. de C.V. ) se cruzaron los dichos, los dichosos, los dicharacheros, para envolver su vida en el ingenio, la maledicencia y el retrueque alebrestado, en buena parte contra las mujeres. Su libro fue un reflejo de lo humorístico que muchos esconden y de los que han leído el libro y prefieren hacerse patos. Al morir Jiménez en 2010, Picardía Mexicana llevaba 143 ediciones comerciales con 22 mil 500 ejemplares por edición –según Wikipedia– y cuatro millones cien mil ejemplares vendidos. El se jactaba de que su libro era el más vendido después de El Quijote, en habla hispana. En su centenario el año anterior, se publicó una edición especial de este libro subversivo al que se podrían agregar las calificaciones, los epítetos y los adjetivos que enseñoreó la presión de un sistema. Claro, con la verdad expresada, aunque sin tanta malicia y doble fondo. A los que critican y se hacen de las boca chiquita, les responderemos con un albur que le da crédito a dos músicos también clásicos: «Me la Pérez Prado con canciones de Agustín Lara».