Corrupción neoliberal
Salarios del terror: el mínimo y el máximo
Por: Teresa Gil
Es increíble el número de personas que han intervenido en este país, para decidir el salario mínimo de los trabajadores.
Cámaras de industriales, de comercio, organizaciones charras, burócratas, perico de los palotes, todos en el mismo carro para determinar cómo sustraerles la vida a los que laboran. Un poder, el ejecutivo, es el que llevó la batuta desde la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) para dilucidar junto con sus verdaderos mandantes, los empresarios del dinero, la propuesta que iba a la legislatura y regresaba a ese mismo poder ejecutivo otra vez. El mecanismo no ha sido gratuito desde que se creó el organismo descentralizado llamado Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CNSM), en noviembre de 1960. Ha sido controlar el ingreso de la fuerza laboral, la única que produce plusvalía y asegurar el repunte de los capitales y de los que dependen de él, en parte el propio estado. Sin dejar de incluir las dádivas ilegales que han circulado de esos capitales en la alta y media burocracia, como cohecho, comisiones y otros aportes en especies. ¿Alguna vez se sometió a la discusión privada y pública la pertinencia de los altísimos salarios del poder judicial, del legislativo y funcionarios del ejecutivo? Se discute el presupuesto de cada entidad, lo que le tocará a cada quien pero la forma como se distribuye lo relativo a los ingresos se deposita en el criterio de la plaza que se ocupará. El criterio no es el tiempo ni el trabajo, sino la responsabilidad, dicen. El desgaste de la vida no cuenta para ellos, señalaría Marx. Se espera un cambio en todo ese mecanismo, con los nuevos topes salariales que la Suprema Corte -remisa-, definirá hasta enero y el nuevo salario mínimo.
6 MIL PESOS DIARIOS PARA EL PRESIDENTE DE LA COMISIÓN Y LA SILLA SAGRADA
Denunciado de mil maneras por el alto salario que gana al mes -173 mil pesos el año anterior-, el impertérrito Basilio González Núñez presidente de la CNSM desde 1991, ni se tibia. Es parte del cinismo que se implantó en la clase depredadora, pero que en este caso rebasa la indignación: él es el que aprueba con dos asesores de la STPS y representantes de sindicatos y de patrones, el salario que se aplicará a millones de trabajadores en el país. Se está esperando lo que hará el nuevo gobierno en este caso. Recuerdo haber estado con esa representación acompañada de líderes de la Unión de Periodistas Democráticos para plantear el salario mínimo profesional de los periodistas. Llegamos a un salón amplio, con una mesa larga y preguntamos donde nos podíamos sentar. Nos dijeron que donde quisiéramos. Con ellos eramos seis en total. Yo me senté en una silla que estaba enfrente de la mesa y ¡ardió Troya! Me dijeron en tono alto que en esa silla se sentaba la presidenta de la Comisión, que no iba a estar presente y que la silla no se podía usar. Lo sagrado de la silla me dejó apabullada, era un artilugio cuyo uso ajeno era una herejía, una profanación. Igual que el concepto sagrado que esos tipos tenían del salario mínimo y su beneficio para el trabajador. No recuerdo el nombre de la funcionaria ausente, ni me interesó averiguarlo. Fue en 1990. Para molestia de los dictadores del salario, permanecí de pie el resto de la velada.
CLOUZOT Y EL SALARIO DEL MIEDO A PUNTO DE ESTALLAR, COMO EN MÉXICO
El gran director de cine francés, Henry Georges Clouzot, dirigió el filme El salario del miedo, una coproducción franco -italiana que fue muy premiada. Se basó en la novela de Georges Arnaud ( El salario del miedo, editorial Debate Madrid 1990), acerca de cuatro hombres a los que se les paga por llevar una carga de nitroglicerina a lo largo de la selva de Guatemala. La tensión es terrible en todo momento, porque la carga puede estallar solo con un suspiro. Por ahí andaban como actores el cantante Ives Montand, Charles Vanel, Folco Lulli y Peter van Eyck. La novela y la película plantean la metáfora de la vida que el trabajador se juega, en cualquier actividad, por ganar un sustento. Arnaud un gran novelista que falleció en 1987, estuvo signado por una grave acusación que nunca fue comprobada: el asesinato de sus padres y una trabajadora doméstica por el mismo. Fue un hombre inquieto que estuvo en contra de la guerra contra Argelia y escribió varias novelas con el nombre mencionado, aunque en realidad se llamaba Henry Girard.