Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Gorostiza: la vida permanente ante la muerte sin fin
La Unesco declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2003, a la festividad del Día de muertos en México ¿Pero cabrán en esa declaración del organismo de la ONU, las escenas de Spectre de la película de James Bond que tanto se reproducen, en donde se usan escenas y todo lo que relumbra desde la comercialización, en días anteriores y el mismo 2 noviembre, sobre esa festividad? La retrospectiva de esa celebración surgida en las culturas prehispánicas que le dan un sentido filosófico aunque ellas no supieran lo que era la filosofía, ahora no aparece por ningún lado. La despedida del fallecido y el transporte lento y acompañado al Mictlán, lugar de los muertos donde el finado descansaría para siempre, no se recuerda. Las escenas que se han visto en los días finales de octubre exhiben una especie de aceleramiento de la población, como si celebraran a los muertos en medio de un espectáculo mecantilista, que alejara lo que subyace en la mente de muchos: la muerte presente desde hace años en México y que puede aparecer en cualquier lugar, a la vuelta de la esquina.
JOSÉ GOROSTIZA TOMÓ LA MUERTE COMO UN FINAL CERTERO
Cuando se habla de la muerte como algo definitivo en todo ser viviente, se individualiza. Pero la vida también es eterna, si bien lo es a nivel individual, mientras la muerte llega. La gran mayoría de los poetas han escrito sobre la muerte y en la metáfora de ese final, se asumen fórmulas poéticas que disminuyen ese efecto. Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, decía Jorge Manrique. Y José Gorostiza le daba vueltas en su hermoso poema al final del ser humano, que antes de llegar a ese estado, pasa por muchas situaciones, el nacimiento, dios, la filosofía, el entorno, etcétera y llega, sin recato, a veces imprevista, la certera muerte. Es curioso que José Gorostiza, autor de La muerte sin fin, haya nacido en noviembre, el mes que inicia sus días conmemorando a la muerte. El gran poeta y diplomático, autor de uno de los más significativos poemas de México, nació el 10 de noviembre de 1901 en Villahermosa Tabasco. El poema fue publicado en 1939 y al leerlo, el también poeta Jorge Cuesta quedó sorprendido.”Es un deslumbramiento del alma”,dijo. Pronto los demás poetas que no quieren reconocer que alguien tiene ideas propias, le encontraron influencias, muchas, si se leen los análisis que se hacen de ese poema. Para unos estaban presentes con su influencia Pauil Valey, T.S.Eliot, William Blake, Juan Ramón Jiménez y hasta se iban a la lejana Grecia para mencionar a Parménides y a Heráclito. Podían ver, quizá, la influencia filosófica de éstos y el género de lo anteriores, pero Gorostiza siempre habló de su poema como un transitar en la vida para llegar a la muerte. El murió en 1973.
LA MUERTE ES VISTA DESDE MUCHAS PERSPECTIVAS EN MÉXICO
Poemas de todo tipo invocan a la muerte, la critican, la alejan, la llaman y la abrazan, entre otros efectos. Aunque hay escritores que se adentran en lo que es la descripción de este suceso, expresado en los seres vivos, sobre todo en los días otoñales de octubre y noviembre. Uno de esos escritores en el historiador Héctor Luis Zarauz, con La fiesta de los muertos (Ediciones Lindero 2000) que en ese pequeño libro de poco más de 60 páginas, hace un recorrido a todo lo que implica la muerte en México, al abordar sus orígenes en costumbres, fiestas y ritos religiosos y sincréticos. En el librito, se describe como se mezclan los ritos precolombinos y los de la invasión española y el catolicismo, con las religiones locales. Pasa también por los lugares clásicos de esas celebraciones, Mixquic, Pátzcuaro, los estados de Guerrero, Chiapas, Oaxaca, sin dejar de apostarse en las grandes ciudades, como la CDMX, cuyos aspavientos en esas festividades hablan mucho de copia extranjera, aunque se mezcle a veces algo de lo que queda de nuestra cultura ancestral. Después viene la fiesta en los panteones, los tipos de comida, las flores, los vestidos y una gran bonanza a costa de nuestros desaparecidos, lo que de alguna manera alegra a los deudos.