Corrupción: un país de cínicos
Entrevista con Jesús Silva Herzog funcionario y asesor de Cárdenas
Teresa Gil
A 85 años de la Expropiación Petrolera, el libro ¿Qué pasó con aquella Expropiación? recién publicado, actualiza las entrevistas realizadas 42 años después, a participantes y testigos directos de aquel hecho histórico. La opinión fue desoladora para ese momento por la forma como han sido canalizados esos recursos. Ante el rescate que se realiza actualmente de ese bien nacional, consideré importante traer de nuevo estas entrevistas que realicé, publicadas en un suplemento del diario Unomásuno el 18 de marzo de 1980.
CÁRDENAS APROVECHÓ QUE EL MUNDO ESTABA EN CRISIS PARA ENFRENTARSE A LOS IMPERIALISTAS. “YA VEN USTEDES, NADA NOS PASO”: JESÚS SILVA HERZOG
“El 27 de febrero de 1938, el general Cárdenas me pidió que fuera a ver a nuestro embajador en Estados Unidos, el general Francisco Castillo Nájera, para tratarle el asunto de las compañías petroleras. Cuando estuve frente a él, en Washington, me preguntó:
— ¿Cómo ves la cosa?
—Pues señor, una intervención temporal.
—Eso lo arreglo yo.
—O la expropiación-, le solté.
Y entonces el embajador, abriendo los ojos me dijo esta frase histórica:
— ¡Ah chingado (va a haber cañonazos)!”
Jesús Silva Hérzog suelta la carcajada y nos advierte con el dedo en alto, “ven, ven, eso pasa porque ustedes me hacen hablar”. No hemos olvidado en ningún momento, mientras el reloj de pared da campanadas, que estamos ahí, escuchando su testimonio sobre la expropiación petrolera. El despacho lleno de libros y los sillones y los tapetes con flores de color lila son como nosotros, sombras para este hombre cuyos ojos han dejado de ver la luz. Sin embargo, parece percibir sensiblemente los sonidos y sigue los rostros y responde profundamente, elevando la voz.
Abajo, en el sótano, hay una valiosa biblioteca en la que están los tres famosos tomos de color azul que sirvieron de base para el fallo final en contra de las compañías petroleras, antes del 18 de marzo de 1938. Esther Rojas, esposa de Silva Hérzog –y secretaria suya mientras elaboraba el informe pericial hace 42 años-, nos va mostrando las hojas editadas en ditto, en las que se fundamenta el auge de las compañías petroleras. El primer capítulo es una historia del petróleo mexicano hasta 1933, que fue escrito por José López Portillo Véver, padre del actual presidente. Y en el segundo tomo aparece el dictamen pericial que contiene las 40 conclusiones que llevaron a fallar a favor del aumento de salarios a los obreros del sindicato petrolero. Firman Efraín Buenrostro, presidente, Jesús Silva Hérzog, secretario y Mariano Moctezuma, vocal.
— ¿Cómo fue usted nombrado perito de la comisión dictaminadora?
—Al estallar la huelga por la ausencia de contrato colectivo, se planteó el conflicto de orden económico ante la Junta Federal de Conciliación Arbitraje. No sé cómo se usa ahora, pero en ese entonces se nombraba una comisión de tres peritos y en el caso específico ante la junta especial del grupo, fuimos Efraín Buenrostro, subsecretario de Hacienda, Mariano Moctezuma, subsecretario de Economía y yo, que fui designado secretario y por entonces era consejero en materia económica del Secretario de Hacienda, Eduardo Suárez. Como ustedes saben, en estas cosas el que trabaja siempre es el secretario, de ahí que me aboqué a trabajar.
“La comisión debía hacer en el término de 30 días, un informe sobre el estado de las compañías y un dictamen con las conclusiones del caso. Sin embargo, había un pequeño detalle. El legislador pensó en una compañía enfrentada a un grupo de trabajadores, y en este caso, eran todos los trabajadores contra toda la industria petrolera. ¿Qué hacer? No era posible modificar la ley. Entonces yo hice una ligerita maniobra: me di por recibido de la notificación como perito, diez días después y así pude contar con 40 días para elaborar informe y dictamen”.
El economista y maestro hace una pausa. Con cierta emoción, sus ojos buscan inútilmente los libros y los documentos que yacen al lado y que son parte de lo que su vida y su experiencia han recogido. Su voz se quiebra.
—Y no se equivocó -responde a una pregunta- porque efectivamente era y soy teórico marxista. Y no lo soy en la práctica porque mi edad no me lo permite.
— ¿Y cómo se precipita el problema petrolero entre compañías y Estado?
—Cuando la junta falla, las compañías la atacan y empiezan sus medidas de agresión económica contra el país. Para enero de 1938, las compañías ya estaban sacando dinero, mientras trataban de impedir que hubiera barcos petroleros en los muelles de los puertos mexicanos. Los carros tanques que transportaban petróleo, fueron enviados a Estados Unidos a la par que la Suprema Corte fallaba en contra de las compañías. ¿Qué tenía que hacer el general Cárdenas ante el gravísimo problema? Rescatar el decoro del pueblo mexicano, no había otra y tuvo que expropiar.
—Sin embargo, débil como era nuestro país, ¿cómo se atrevió Cárdenas a desafiar a los países más poderosos de la tierra?
—Quiero contar un detalle que nunca he relatado porque me molesta hablar en primera persona, pero creo que es importante. Unos días antes de la expropiación, yo hice notar al general Cárdenas que Hitler tenía ocho días de haber arrojado sus tropas sobre Austria y tomado la ciudad de Viena; como todo aquello representaba algo más desde el punto de vista internacional, debería de ser tomado en cuenta para la expropiación. Es decir, que ante ese hecho que hacía inevitable la Segunda Guerra Mundial, la expropiación pasaba a segundo término y por lo tanto, no iba a pasar nada. Y ya ven ustedes, ¡nada nos pasó!
— ¿Usted recuerda maestro cómo participaron las organizaciones políticas en el problema petrolero?, ¿tuvo alguna incidencia la izquierda?
—La inmensa mayoría estuvo al lado de Cárdenas. La izquierda desde luego, con más razón. En cuanto a la alta burguesía, no tengo elementos para juzgarla, pero si hubo en ese entonces, un nuevo dato para la historia de México: la posición de la iglesia a favor de la expropiación, es algo que no se puede negar. Después de todo, a cada quien lo suyo.
Y el maestro Silva Hérzog elevando la voz, ya puesto de pie con dificultad a un lado del escritorio, se esmera en detalles. Y cuenta y ríe y a veces su voz se quiebra. Y de pronto dice que ya no quiere hablar y vuelve el rostro hacia la hilera de árboles, por la ventana y se justifica.
“Después de todo-dice-, si siguiera hablando del tema, no pararía nunca de hablar”.
Y entonces nos vamos.
Suplemento de Unomásuno
18 de marzo de 1980.