La nueva naturaleza del episcopado mexicano
El llanto de los toros y la ley al rescate
En la la lucha contra la violencia que por desgracia nos toca de cerca, resulta absurdo y paradójico, que haya quien defienda la muerte como espectáculo. No es nuevo, pero sorprende más cuando son multitudes las que se forman y se manifiestan para que animales, toros entre ellos, puedan ser asesinados y que el espectáculo provoque placer. Eso se dio el 13 de julio cuando centenares desfilaron por la capital del país para oponerse a una ley local aún no publicada, que estipula ña desaparición de las peleas de gallos. Pero al mismo tiempo otros grupos demandaban no meterse con la corrida de toros. Las empresas del toreo que fincan sus ganancias en la muerte de esos animales, están atrás. En México, algunas leyes dan por hecho que ciertos animales, como los toros de lidia, pueden ser exterminados. Las teorías sobre la legítima defensa plantean una urgencia inmediata cuando se ponga en peligro la vida o parte de la integridad física de un ser humano. La situación punitiva se analiza a partir del grado de peligro que se enfrentó. Algo similar debería de estar previsto en el caso de los animales, herirlos o en caso extremo matarlos sólo cuando la agresión sea inminente. Por fortuna ya se prevén mecanismos de urgencia -sedación entre ellos-, para paliar la posibilidad de un ataque ¿Pero que pasa cuando la exacerbación proviene del ser humano y es el animal el que ataca en legítima defensa? Tratándose de los toros, una fiesta con permiso para matar, los reglamentos los aplica la propia autoridad -presidencias municipales en su mayoría-, la que da permiso y pone énfasis en pago de impuestos y en los lineamientos formales de la tauromaquia, número de toros, médicos legistas y veterinario presentes, vestuario, armas de ataque, “cortantes y punzantes”, horario, etcétera. El veterinario está ahí para confirmar la edad y salud del animal, pero no para auxiliarlo cuando ya está herido; al final, da fe de que fue muerto con toda eficacia. Pero además el asunto va más allá y uno se pregunta sobre las ética del legislador que hacía esas leyes y reglamentos, que permiten una fiesta en la que están en peligro los dos contendientes, el toro a la fuerza; se están condenando a priori las vidas del ser humano y del animal solo para realizar un espectáculo.
La vida de los animales debe de estar en la estructura de los derechos
La larga historia del toreo consigna la muerte de muchos toreros, algunos famosos como Manolete y poco la muerte de toros. Menos el hecho de que ante la exacerbación que sufren, se vean obligados a agredir. Los que se burlaron de Víctor Barrio, el torero muerto en Teruel el 9 de julio de 2016, cometieron la falla inhumana de burlarse de la muerte del diestro, aunque justificaron su actitud como una venganza del toro ante la agresión que siempre han sufrido esos animales. La respuesta ha sido que no es ese el camino que debe seguirse para plantear la urgencia -que en muchos países está en proceso-, de analizar la prevalencia de esas corridas. Ya hay muchas críticas a festividades como la de San Fermín en España y otras comunidades del mundo, entre ellas Tlaxcala. La muerte de animales de otras especies tiene por fortuna connotación mundial. Hay un movimiento para profundizar en sus derechos. Recientemente conmocionó la forma como un feroz inhumano metió a un recipiente hirviendo a un perro, en el Estado de México. El problema de las agresiones es que muchas personas tienen animales en sus casas, cuyo trato agresivo no es confirmado en el exterior. En las calles yo he visto tipos que llevan un perro amarrado a su bicicleta pedaleando con fuerza con el animal sujeto a gran esfuerzo. La situación que por fortuna se ha tratado, hace indispensable que la vida animal sea puesta al día en la balanza de los derechos. Mismos que atañen fundamentalmente a los derechos humanos porque la vida de hombres y mujeres está ligada indefectiblemente a la de todo ser viviente.
El torito enamorado de la luna y los toros de García Lorca
La música y la literatura han puesto en la cúspide de la emoción la vida de ciertos toros famosos y son los españoles- de donde proviene principalmente la lidia-, los que más se han encargado de ello. Seres sensibles les dan una proyección poética a animales que por lo general son tratados con una gran brutalidad. El músico español Carlos Castellano Gómez, compuso en 1964 la canción La luna y el toro, acerca de un torito que estaba enamorado de la luna. Se hizo tan famosa, que la cantaba todo mundo y Castellano recibió el premio por la mejor canción del año. Federico García Lorca publicó cuatro elegías en 1935 en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el torero muerto en 1934 en Manzanares que además como mérito aparte, era miembro como García Lorca, de la Generación del 27. Se hizo famosa, “A las cinco de la tarde y el toro solo corazón arriba”. Para el granadino, los mismos toros lloraron la muerte del torero y se dolían como se duelen los que rechazan esas muertes inútiles, provocadas para darles gusto a los espíritus sangrientos. Decía el poeta ante la tristeza de los animales:
Cuando los toros de Guisando
“casi muertos, casi piedra
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra”