Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los exégetas o intérpretes del presidente López Obrador son variados. Todos son oficiosos, ninguno autorizado, ni siquiera la señora que se ocupa de los miércoles de decir las mentiras supuestas o imaginarias en los medios. De todo hay, algunos inteligentes, otros creativos, otros más tontos, como el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Gutiérrez Luna, a quien le dio por denunciar ante la FGR a los consejeros del INE que votaron por la posposición de la consulta. El denunciante, al pretender ser consecuente con el ánimo del Presidente hacia el INE, en su actuar contradijo de mala forma eso de prohibido prohibir.
Los exégetas presidenciales en el ánimo de complacerle y dar curso a lo que ellos interpretan la entraña presidencial, son una suerte de ángeles vengadores ante todo aquel que atente contra la causa. La lista es variada: Santiago Nieto como titular de la UIF frente a los que él presumía enemigos del Presidente y de paso los de él, Manuel Bartlett respecto a las empresas extranjeras, López-Gatell ante la comunidad médica privada y los laboratorios y distribuidores de medicinas. La señora María Elena Álvarez-Buylla contra la comunidad científica y el CIDE y otros tantos más.
El Presidente por sí mismo echa pleito a medio mundo. No mide las consecuencias de lo que hace y, sobre todo, los demonios que suelta ante la conducta oficiosa de sus subordinados en la pretensión de quedar bien.
López Obrador hizo bien en desmarcarse de la decisión del diputado Gutiérrez Luna, quien con su denuncia pretendía satisfacer el ánimo pendenciero del Presidente. Tan es así que una vez que López Obrador se distanció de la decisión, él prontamente procedió a retirar el asunto legal. Ciertamente, es de sabios retractarse, también de los cobardes, como es el caso.
El Presidente tiene un buen gabinete en las carteras más relevantes: Gobernación, Relaciones Exteriores, Hacienda y Economía. Lo era el de la Defensa, hasta que se le ocurrió darle por la zalamería que mucho compromete a la digna institución que encabeza. El secretario de Marina alguna vez se equivocó, pero tuvo el valor singular de reconocerlo y de enmendar. Bien por él y por la Armada de México.
El Presidente tiene un líder en el Senado eficaz y de calidad, Ricardo Monreal, pero ha sido objeto de la intriga palaciega. No lo merece. Por su parte el líder de su partido, Mario Delgado, no ha estado a la altura del desafío. Emula lo malo de su jefe y, por lo mismo, se anula a sí mismo. Difícil que pueda procesar sin accidente la selección del candidato presidencial.
Al Presidente no le parece eso de los intérpretes oficiales, por eso quedan los oficiosos. Muy lejos del presidente Vicente Fox y su hábil y divertido vocero Rubén Aguilar. López Obrador es él y para ello hay una conferencia mañanera en la que dice lo que le viene en gana, sin medida de lo que sus expresiones desencadenan y sin entender su condición de jefe de Estado y de presidente de todos los mexicanos.