La nueva naturaleza del episcopado mexicano
No siempre donde está la mayoría está la razón, y agregaríamos, o está el avance, la vanguardia o la mejoría. La historia suele tener bucles regresivos, como regresivas pueden ser las aspiraciones de los protagonistas de la vida económica y política de una nación o del mundo. El progreso político no siempre es la acumulación de virtudes, también lo es de defectos y vicios. Lo más trágico es que una sociedad no alcance a percibir la diferencia y los actos regresivos o los vicios los interprete como virtudes.
La decisión que tomó el Congreso de Baja California para ampliar de 2 a 5 años el período en el que gobernará el recién electo Jaime Bonilla es uno de esos bucles regresivos de la historia que ha vivido la cultura política nacional. Que ocurra con tanta «naturalidad», ante la omisión de la clase política gobernante o la franca anuencia de políticos «progresistas» o el aplauso de sectores sociales, desnuda los crudos valores antidemocráticos que siguen dominando las creencias políticas mexicanas.
La facilidad con la que se ha impuesto el espíritu autocrático de Bonilla y de sus aliados nacionales nos hace ver que la democracia mexicana está prendida con alfileres, que sus valores no han alcanzado a permear en la sociedad, y que basta el capricho tiranizador de un líder para que los aires democratizadores se abran y dejen pasar el tufo de la tradición más conservadora y cuestionada de los siglos precedentes.
La polarización a la que ha sido sometido el país en los últimos años finalmente deja en claro cuál es el terreno que está fertilizando. El esfuerzo denodado para que los ciudadanos abdiquen de principios y valores políticos y en su lugar reivindiquen una visión maniquea, de buenos y malos, está dejando el paso libre a extravíos peligrosos, que sin embargo, basta activar la adjetivación automática para que lo deleznable se transforme en épica hazaña digna de respaldo público.
Debiera sorprender la tibia reacción del poder legislativo y judicial ante semejante descarrío, no lo es porque ciertas élites que detentan el poder se han formado en la cultura de la genuflexión ante el sexenio en turno o el gobierno local, siempre buscando la mirada benévola y la mano generosa a la hora de solicitar las bondades de las arcas públicas. También esto demuestra que nuestra democracia está a una distancia muy considerable de instituirse en el Estado mexicano como una práctica regular y firme, como medio para resolver nuestros problemas.
Que este fenómeno autocrático tenga lugar sin mayores sobresaltos también es indicador del gatopardismo que se ha instituido en México como método para burlar los cambios efectivos. Realmente nada ha cambiado, todo sigue igual, la clase política sigue siendo la misma, las mismas personas, la misma cultura, los mismos intereses, el mismo veneno manipulador. Que la serpiente haya cambiado de piel significa solamente un cambio de vestidura no de esencias.
Que ante un acto abominable, reprochable desde los principios de la democracia y desde la cultura de la legalidad, no se haya generado la condena común y los actos inmediatos para derrotar la intentona cuasi monárquica de un sinvergüenza tiene la virtud, por cierto, de retratar el estado real de las transformaciones políticas que se dice están en curso a la vez que representa la derrota autoinflingida del movimiento transformador.
El bucle histórico que representa Bonilla nos debe advertir sobre la condición de los cambios políticos. No todo cambio representa una transformación virtuosa para la mejoría y consolidación de la democracia. Por extraño que parezca y a pesar del consenso mayoritario, puede representar al retroceso y constituir parte de un mundo distópico. El silencio de actores políticos centrales frente al despropósito autocrático augura tanto la consolidación de ese intento como el permiso recurrente de otros actos al margen de la ley y contrarios a la democracia.
Que debamos volver a la reiteración de los principios de la vida política moderna, parece que será tarea central en los tiempos que corren. Es el gobierno de las leyes y las instituciones el que debe prevalecer no el gobierno de los hombres. El gobierno de los hombres es un desliz a la autocracia. El de las leyes e instituciones lo pueden mejorar los hombres gracias al disenso y a los espacios para el consenso de sus representaciones. El caso Bonilla es precisamente lo que los mexicanos repudiaron el 1 de julio de 2018, ¿o fue lo que aprobaron?