El INE y la complicidad
uno. Porque de ahí se desprende el retrato hablado de cuántos somos y cómo somos. Aun cuando esos libros nos traicionen y nos digan lo que no queremos leer o escuchar o ver… Es así.
Todo esto viene a cuento porque ya comenzó la Feria Internacional del Libro de Minería, en la capital de México. Una reunión de libros-amigos que cada año se lleva a cabo por estos días en ese castillo enorme-gris-fortaleza, construido entre 1797 y 1813 por el escultor y arquitecto español Manuel Tolsá como sede del Real Seminario de Minería (también conocido como Tribunal de Minería) y a petición de su director, Fausto Elhúyar.
Lo importante de este tipo de encuentros de libros y sus editores y sus lectores, es que es el momento en el que tienen que decirse de todo. De lo bueno y lo malo que va saliendo por ahí; de lo que debe ser y lo que puede ser en materia editorial: que es materia de libros. En todo caso eso de decir qué está bien o qué no está bien depende del gusto y el conocimiento y las ganas de compartir una lectura.
A algunos nos gusta esto o aquello. A otros nos disgusta esto o aquello. Es así. Los seres humanos somos impredecibles y nunca se sabe por dónde vamos a encontrar al conejo Blas.
Por ejemplo. Hay a quienes les gustan los libros en donde su refugio está en cada palabra. La palabra que uno pensó, pero que ya la escribió este poeta-escritor-narrador-cronista o diletante. Otros prefieren los libros ciertos, los de la verdad a secas, sin adornos, los libros que hablan de ciencias y de técnicas: son libros también y son un aporte mundial a las entendederas de todos…
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. O “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Las ferias de los libros, decíamos, son lugares de encuentros… o desencuentros. Uno llega ahí diáfano, con ganas de encontrar el presente y el futuro puesto en unas hojas y encuadernado para cargarlo para siempre.
Las ferias de libros son el resumen actual de lo que ocurrió el año anterior cuando nos llevamos de ahí mismo ‘lo que tenemos que leer’; hoy para saber si se hizo la tarea y si, después de todo, somos hombres o mujeres nuevos… o por lo menos diferentes.
Hay El Libro Vaquero, hay El libro Vacío, hay el Libro de los Libros –La Biblia– o acaso libros para colorear, o libros para subrayar con color amarillo en donde está nuestra idea… Hay libros para la práctica de las cosas y hay libros para la práctica de la vida: de todo, como en feria; que es la Ferias de los Libros…
Y uno quisiera que la Feria del Libro de Oaxaca, que ocurre cada año por ahí de noviembre y que se instala en nuestro centro histórico, fuera eso, una feria de libros en donde estén aquellos que nos sorprenden, que nos dan de más y que nos indican el camino y que nos dicen cómo hermanarnos con el autor y con otros seres humanos que se encuentran ahí y que encontramos allá…
Pero no: la Feria Internacional del Libro, en Oaxaca, no pasa de ser un tianguis de libros viejos. Está bien. Que no por viejos dejan de ser importantes. Esa vejez los hace ser mayormente queridos. Pero resulta que lo que se hace ahí es un encuentro con libros que sus editores o libreros quieren desechar; quieren sacar de sus bodegas y quieren que los compremos, en un afán utilitario y sin chiste alguno… Son puestos de libros puestos al azar y en los que están las cosas que vimos el año anterior-el anterior-el anterior…
No hay alrededor de esta presentación de libros de viejo un espíritu nuevo; no hay ahí, en la feria anual de libros en nuestra tierra oaxaqueña, ese ánimo por sorprender, por generar sorpresa, ilusión, por convocar al gran concilio de la lectura y de la creación y de la imaginación y de lo concreto. No. Sí hay libros-libros-libros: libros que huelen a viejo y que huelen a la bodega de donde fueron sacados para respirar, como cada año.
Hace falta en Oaxaca una Gran Feria del Libro de Oaxaca; una Guelaguetza del libro; un encuentro de autores con lectores; una sinfonía del conocimiento en donde cada nota fuera el rigor de nuestras vidas y el pulso de los lectores: todos.
Si. Nos hace falta una gran Feria del Libro de Oaxaca, en donde los oaxaqueños –y aun los que no lo son pero que están aquí porque nos prefirieron- tengan a la mano el nuevo libro, el nuevo autor, el autor clásico en edición renovada, la mejor traducción, el mejor tratado científico y técnico: la novedad puesta en nuestras manos… Novedades-novedades-novedades: como hablar con los autores, como conocerlos, como sentarnos con ellos y dirimir el soy… ‘me hago’. Eso hace falta en Oaxaca…
Ojalá ocurra. Nos hace tanta falta. Como alternativa para nuestra formación. Como perspectiva para nuestra vida. Como novedad frente a la no novedad de que los maestros de la Sección 22 siguen ahí, cuando el dinosaurio despertó… Los mismos que no han dejado nada en nuestras vidas y ni en las de nuestros niños oaxaqueños. Ellos, sus líderes, se carcomen, se engolosinan, sueñan con ese poder que no está en los libros… o que si está… pero en la sección de ‘traiciones’. [email protected] Twitter: @joelhsantiago.
QMX/jhs