De norte a sur
Manipulación religiosa en la polarización política
No importa si son textos sagrados sobre una bandera nacional, una docena de manos de pastores bendiciendo la cabeza de algún candidato o un militar depositando en Dios su castrense promesa de imponer su ley en el orden público; todos son símbolos de un nuevo lenguaje político que, aparentando convicciones religiosas, sólo exprimen los sentimientos más profundos de la identidad y cultura de sus pueblos.
Los regímenes y sus sistemas opositores (partidistas o no), al menos en América Latina, han encontrado oportunidades de éxito bajo esa narrativa. Al apelar a los símbolos y sentimientos religiosos de sus pueblos parecen legitimar sus intereses, búsquedas y opciones políticas; pero no hay nada más lejano que eso.
En realidad, las tensiones por el control y el poder en las diferentes naciones latinoamericanas en el siglo 21 saben que están obligadas a utilizar recursos emotivos o emocionales de sus potenciales votantes, simpatizantes y adversarios. Lejos del marco racional, las estrategias políticas contemporáneas no hablan de otra cosa sino de emociones. Desde el marketing político emocional hasta la segmentación psicográfica, el juego por la búsqueda, administración y conservación del poder quiere adueñarse de los sentimientos y emociones de las personas.
El documental The Great Hack (2019) rasga apenas la superficie de estas estrategias que utilizan todos los recursos disponibles para tocar e intervenir las fibras emocionales de millones de personas; estrategias políticas que logran cambiar la confianza en duda, la duda por miedo y el miedo por odio.
Y hay que ser claros: la religión, la fe o los sentimientos de espiritualidad trascendente son las amplias arterias de la psique humana que conectan con las fibras más profundas de nuestras emociones.
Evidentemente esto no es nuevo; y a lo largo de la historia se han usado estos sentimientos a favor o en contra de proyectos políticos. Sin embargo, en la sociedad postmoderna (el cambio de época) las religiones institucionales han perdido margen de influencia con los grupos de poder, con los precursores de cambios sociales y hasta con el pueblo sencillo; y así, a la deriva de las emociones religiosas de los pueblos, los operadores políticos pescan dinamitando el lecho del mar.
Aunque parezca lejano, esto tiene todo que ver con las tensiones y resoluciones políticas en Nicaragua, Bolivia, Brasil, Chile o México (incluso en los propios Estados Unidos). A pesar de que, en casi todos estos países las instituciones religiosas llaman a la mesura, al diálogo y a la reconciliación; los operadores políticos se zambullen en cruzadas para-religiosas donde las fronteras de su particular búsqueda de poder se difuminan con la voluntad divina, la revelación mística o las promesas sagradas.
Y el peligro de todo esto no sólo es la vuelta al maurrasianismo: el utilitarismo político de los símbolos y de las instituciones religiosas sin que, ni sus afiliados ni sus simpatizantes ideológicos se comprometan a profundidad a ser interpelados por los mínimos morales de la fe que manipulan. Sino que también se acorta la distancia de las violencias político-religiosas.
Charles Maurras, fue un político francés del siglo pasado cuya estrategia para defender sus intereses políticos (la vuelta de la monarquía francesa) fue la instrumentalización de la Iglesia católica, de la que le servía su cuerpo jerárquico institucionalizado, pero no su mensaje evangélico. De hecho, Maurras –agnóstico y positivista contumaz– reconocía el papel histórico e institucional de la Iglesia católica pero sólo porque había superado la oscuridad original de los pasajes Bíblicos y Evangélicos.
Hoy, la pluralidad de nuevos o reinterpretados credos, así como la multiplicación de modernas jerarquías religiosas, vuelve más sencilla la estratega maurrasiana. Las inmensas e indistinguibles comunidades religiosas crecientes en muchos pueblos de América (principalmente de corte evangélico-cristiano) junto a la pléyade inasible de sus modernos pastores son los nuevos instrumentos de los operadores políticos. Las pequeñas venas por donde se inoculan los catalizadores emocionales de los creyentes son recursos preciosos para el éxito de las estrategias utilitarias de perversos órdenes políticos.
¿Hay vacuna para esto? Quizá. Y es el propio Maurras quien nos ofrece una pista con este silogismo provocador: “Para que funcione la monarquía, sólo un hombre debe ser sabio; pero para que funcione la democracia, la mayoría de la gente debe ser sabia. ¿Cuál es más probable?” Sabemos qué respuesta prefería aquel; pero, por el bien común y la paz, será mejor que hagamos la segunda posible.
*Director VCN, especialista en religión.
@monroyfelipe